Por María Elena Solórzano
El libro “Nada se
pierde” de la poeta Eva Castañeda se divide en tres secciones: De aquí, De allá, De
otros lugares. Huidobro nos dice: El
poeta crea su mundo, es como un Dios que construye y reconstruye. En esta obra
hay un aliento de creacionismo y aparecen guiños del estridentismo. Enseres domésticos
aparentemente insignificantes condicionan nuestras vidas. Sólo tenemos nuestras
diarias vivencias, en nuestra inherente finitud queremos trascender. La
perfección no existe, lo impecable en la suavidad y la blancura tampoco existe,
la superficie más tersa vista al microscopio tiene grietas. Toda certeza es
engañosa, los ojos y los demás sentidos nos dan una realidad algunas veces
falsa y miramos lo que no es. De aquí.
Para Eva muchas cosas pasan desapercibidas, pero se
detiene a mirar -como toda poeta- el color de las hormigas y a escuchar el
canto zigzagueante de las moscas. No sabe de fantasías, sabe de cosas
diminutas, pero eso es lo que forma la vida y la realidad está enfrente sin dar
respuesta alguna a nuestros problemas existenciales.
Tu amor, mi amor no lo quiso nadie y sólo quedó el
reguero de luz, ya no hay amor ni una migaja. Pero hay amores que crecen y no
los alcanza la mezquindad ni los eclipsa la rutina.
Eva dice: no me cuentes tu historia, es mi historia. El
ruido de los trenes en las vías me dice de otras almas, de otras vidas y tú
puedes morir bajo los trenes en la madrugada (por los sueños malogrados).
Y dice Eva
Que cada día es
diferente: el día de hoy tranquilo y te pondrás tu endeble armadura (tu vestido
de sueños, alguna flor en el cabello, carmín en los labios y un toque de
rubor). De mañana lo cotidiano no te engulle.
Ellos
toman el autobús, ella baila
un vals en sueños porque en lo cotidiano no hay música . El terremoto
terminó con todo, el terremoto les mató el alma. Todos hemos vivido un
terremoto y se ha perdido todo, absolutamente todo.
Las cosas cobran vida, caminan y hacen ruido, un abalorio,
un símbolo, un signo, una estampita de la Virgen de Guadalupe o de San Judas
Tadeo pueden tener gran importancia y los guardas en el saco de tu memoria.
Te encuentras con un mundo desgastado donde todo es
sabido y los hechos ya no causan ningún asombro. Ni siquiera el embarazo por
violación de una niña de once años.
La blancura lastima, pues nos acostumbramos a nuestras
manchas, a nuestras sucias manías y cuando estamos ante la blancura, no tenemos
referencias ni siquiera migas para seguir el sinuosos camino que se abre frente
a nosotros.
Cuánto luchamos por alcanzar una meta, un bien o un amor,
cuando logramos lo anhelado, muchas veces viene el desencanto y ni siquiera hay
puentes de esperanza, sólo el laberinto donde nos perdemos pero que a fuerza de
recorrerlo ya nos es familiar y cotidiano.
Un paliativo a esta miserable cotidaneidad, es el amor, nada cambia, pero la hace más llevadera
“…sigue muriendo irremediablemente, pero algo en mí es menos amargo”.
Tres horas en el tránsito en la Ciudad de México
cualquiera desea la muerte, los carros aplastan la voluntad, el buen humor, los
sueños, todo…la ciudad ya es inhabitable “…y los carros aplastan pajaritos sin
piedad.”
Este es el país de lo cotidiano, a veces vuelve la
oscuridad y vuelve una y otra vez la injusticia. “Sé que un puñal, una piedra y
una soga no esconden respuestas”
De allá
Eva se mira en la
cuchara porque le da una imagen deformada pero más rica en contornos y
resplandores y recuerdo a Valle Inclán con sus estampas esperpénticas ¡Qué
incertidumbre ante lo cotidiano! “Se terminó la leche, el camino a la tienda es
tortuoso, niños invisibles me arrojan piedras. Surgen los fantasmas que todos
guardamos celosamente pues nos hacen vulnerables.
El confort no ha mejorado nuestra vida espiritual.
“Afuera todo descuartizado, adentro también, pero hay calefacción…” La cuchara
como espejo, el jardín en la colcha.
No estamos tan lejos de la locura ¿Acaso es el poeta un
loco? “A las locas mejor portadas les pusieron un jardín con cinco árboles
torcidos y fotografías sepias.”
“Ustedes locas, (léase poetas) andan con las cicatrices
de fuera,/ enseñan la costra,/ se pegan a las paredes.”
De otros lugares
Una interpretación de la realidad en la que se siente el
desamparo, el dolor de vivir y sin embargo hay esperanza, Dante dice que el peor castigo para un hombre
es perder la esperaza.
“Mira hay un erizo afuera./ Todo el tiempo afuera/
afilando su cuerpo. Pero adentro algo
más suave, -no huesos-, sí armonía, algo que de tan salvaje se queda
quietísimo/ Llámalo, tráelo despacio.
Los paraísos falsos se hacen presentes “Tú, penumbra en
el retrato, paloma del alcohol y la amapola.”
Esta parte donde la autora maneja un bestiario me remite
a las creencias prehispánicas donde se dice que cada ser humano tiene un animal
tutelar y que tendrá algunas de sus características.
Mujer elefanta.
Monumental, inmensa, su cuerpo principia en la orilla de
una ciudad redonda-/ abarca la hierba y el huracán./ Sabía toca la impaciencia/
y la detiene. Su mano templa.
Mujer cebra
Antigua la mano que dibuja en la carne la raya.
Negra.
Atraviesas el ojo y la pestaña como el animal
Que cruza la montaña.
Llegas.
Tu piel dice: Verbo
Mujer jirafa
Mujer giganta me han llamado,
Se entreabre la tierra
Y sus anillos se acomodan en mi cuello,
Mi cuerpo cruza el desierto, el asfalto
Como flecha erguida.
México,
D.F., a 24 de febrero de 2013.
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