jueves, 29 de marzo de 2012

De mis humedades vengo, de Beatriz Cecilia

Por Adriana Tafoya

Soy esclava de los sueños, porque nadie los detiene.
Beatriz Cecilia

Gran problema es este de los sueños, donde creemos todos tener un sueño propio y sin embargo vivimos todos, el mismo, donde experimentamos las mismas creencias, necesidades, los mismos deseos, las fantasías, y hasta las mismas aspiraciones. Y con esto me refiero al gran sueño que es nuestro sistema de creencias. El título, De mis humedades vengo, para Beatriz Cecilia evoca a Lope de Vega, en ese famoso verso que dice de mis soledades vengo, pero más allá de la paráfrasis que utiliza Cecilia para nombrar su libro, yo propongo ésta, que a partir de la reflexión encontré, y me parece más clara: “De mis sueños vengo”, o mejor dicho: “del sueño vengo”.
Tal vez me lleva a esto porque Beatriz Cecilia impregna en sus versos un toque onírico, pues sus diálogos, aunque parecieran para otro, en realidad fluyen para sí. Y se deja ir en una barca sin vela y sin remos, esto lo comenta en un texto que sirve de introducción, cito: “Pero aquel día, ese día, sucedió. Había llovido, la calle se inundó y reflejaba muchas luces, que ondulaban en la superficie, llamándome, apenas la vi, supe que quería estar exactamente en medio de esa inmunda negación. De golpe estaba ahí hasta el cuello; ni siquiera tuve tiempo de pensar, si era insano o conveniente. Enloquecí y tomé un par de tragos. La conocí, llegué a querer y padecerla, con dificultosa respiración. Era poesía, pero de la otra, la que nadie quiere”. Y así es como se entrega Beatriz Cecilia a escribir este poemario.
Volviendo a la reflexión original con la que comencé este texto, el sueño, o sea el sistema de concepto e ideas en el que vivimos, nos traga también a los poetas, aunque intentemos escapar de él; tal vez por eso los poetas y mejor dicho, las mujeres poetas, aún nos rodeamos de una poesía intimista, donde intentan (intentamos) derrocar ese pesado sol cotidiano que no nos permite ver mucho más allá de lo que como escritores, quisiéramos poder ver.
Beatriz Cecilia, la poeta, pertenece a la generación de los 50, teniendo por contemporáneas, a Carmen Boullosa, Verónica Volkow, Tedi López Mills y Coral Bracho, entre otras, en el marco de una sociedad todavía costumbrista, y por demás decir, tradicional. Cada una de ellas, ha desarrollado un estilo distinto aunque en algunas posturas ideológicas son similares. En el caso de Beatriz, tal vez, por su carrera actoral, ha desarrollado en su poesía un tono que recuerda ligeramente, tanto en el contenido como en el toque dramático que ellas desarrollan, a las composiciones de la española Luz Casal y de la mexicana-argentina Liliana Felipe. Esto lo pueden encontrar en la página 23 y 24 de su libro, donde se hace más evidente. Beatriz, sobretodo, tiene una tendencia a escribir poemas que reflexionan sobre el amor, el desamor, el odio, y los dolores humanos, por ejemplo en la página 18, tiene un agradable poema representativo: “Hoy estarás tan angustiado / que no podrás ponerte los zapatos. / Saldrás descalzo / pisarás la calle, las piedras, / el ruido, la luz / (claridad que no conocen tus pies). / Estarás tan cansado / que no podrás ponerte los zapatos. / Seguirás descalzo / hasta que aprendas a pisar con calma / la calma misma, tu propia calma”.
O en el poema Canción tercera, Venenos, cito un fragmento: “El amor y el odio me siguen / solamente porque se parecen. / Pero mi odio es convincente: / más constante, / más congruente”. Sin embargo en otros poemas, la poeta desarrolla poemas de crítica social, encontrarán algunos de ellos, muy interesantes, en las páginas 30, 39, 42 y 43. Es importante mencionarlos, puesto que son una especie de Oasis, un paréntesis, en la temática general del libro.
Otro tema que es importante mencionar es que actualmente, las poetas mujeres, o sea nosotras, construimos un curioso juego respecto al único amor. Al amor verdadero, se dice, pero da la impresión que en realidad las poetas somos secretamente politeístas. Con este comentario me refiero, a que el amor a dios, se refleja en la forma de amar al hombre, mejor dicho, al amante. También en poemas de Beatriz Cecilia se da esta constante, donde representa un amor tan apasionado que se torna en un “absoluto religioso” e incluso el corte de los poemas toman la forma del rezo, de dulces oraciones donde en alguno ella es María Magdalena, cito: “descanso, abro los ojos / me preparo, lavo mis pies / y abro la puerta. / Empiezo a caminar”.
Sin embargo hay fisuras en el discurso del libro, que lo hacen intrigante y digno de aplauso cuando dice, página 73: “Llegar al mar y descalzarme para sentir la tibia arena recordándome caricias que de hombres tuve”, versos inquietantes casi al final de libro, que efectivamente comprueban el politeísmo secreto de las poetas. Después de todo, el amor es grande, puede haber distintos hombres, pero siempre podemos encontrar el mismo rostro al haber un solo arquetipo. En este libro, Beatriz nos entrega una obra donde intenta salir victoriosa de una realidad, de un sueño, que nos aplasta y no nos permite encontrar ni ver opciones, “pues crecimos con el sol encima y nos lo llevamos para hacerlo nuestro, observamos y nombramos a los astros para entender el tamaño de las cosas, ocupamos nuestro lugar y dejamos nuestra casa en orden, porque sólo yo sé que son serpientes amarillas de un dorado insoportable”, versos en lo que entrega belleza, lirismo, y reflexión, para posteriormente cerrar el gran poema de las emociones, de las humedades, y de la crisis del sueño, diciéndonos: “me dejaré llevar otra vez en vaivén, otra vez dormida, pero esta vez amada”. Felicidades, Beatriz Cecilia, por esta ópera prima.

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