jueves, 26 de mayo de 2011

Una sacerdotisa que batea zurdo

Por Angélica Santa Olaya


 Rocío García Rey, Ariadne Vásquez y Angélica Santa Olaya, durante la presentación.

Lo primero que quiero decir es que comenzar a leer el libro “La otra mujer zurda”, de Rocío García Rey, fue riquísimo…  encontrarme con las primeras líneas fue como ser recibida con un ramo de flores y un tequila al llegar de visita a una casa:

“En el recuerdo de tu nombre me recuesto
y hay una canción con la que inventé mi viaje para llegar
a la llovizna.”


La música y el arte de la poesía desde la primera página.  Una hermosa bienvenida.  Lo siguiente  es que en esa casa había muchas personas esperándome para contarme sus historias.  Una serie de personajes, todos ellos interesantes, abordados desde el punto de vista de un solo personaje, la dueña de la casa, la otra mujer zurda.  Una mujer que -con esa mano izquierda con que busca y rebusca las letras para construir nombres, palabras, historias, memorias- nos muestra el espejo de su casa para obligarnos a mirarnos en él y verla y vernos.  Y digo “nos obliga” porque una vez que uno lee las tres primeras líneas ya no puede soltar el libro.   Me encontré en este libro una Penélope que amamanta al sol y una sacerdotisa que guarda el nombre de las avenidas y el amado para recostarse en ellos… Encontré a Polifemo, a Hansel, a Gretel, a Ella Fitzgerald, a Rosa Luxemburgo, a José Martí, a Clementina Otero, a Galatea, al vampiro, a la Mujer Zurda, a Circe, a Efebo, a La Ciudad Tren… que también es un personaje omnipresente.  Todos ellos comparten el espacio habitable de la autora que se apropia de las historias de estos personajes y las entreteje con su propio relato, con su propio verso.  Porque además este libro nos ofrece poesía y relato… lo cual es sabroso porque es como cambiar de cuarto en la misma casa y porque nos muestra que Rocío es hábil con la pluma no sólo en el relato sino también en la construcción de imágenes y en el cuidado de la música que deben acompañar a la poesía.  Sin embargo encuentro un personaje principalísimo en este libro y son las palabras…  La autora tiene una necesidad imperiosa de nombrar… nombrar para conjurar fantasmas y sombras nombrando lo nombrable, valga la redundancia… La autora tiene una preocupación constante por recuperar las palabras para ser… Y para buscar palabras y nombres Rocío se mete en los zapatos y en los espejos de todos sus personajes.  Siendo Gretel nos dice:

“Perdóname Hansel pero no puedo renunciar
a mi cuerpo iluminado por tu nombre…
Gretel sigue esparciendo sus trozos
de deseo sobre el asfalto.”




El nombre ilumina el cuerpo porque le otorga vida.  Nombramos una vez que hemos percibido algo.  En el proceso de construcción del lenguaje, el hombre percibió los objetos a su alrededor y, para apropiárselos, los nombró.  Es por eso que el nombre es tan importante.  Nombrar es la forma de aprehender el mundo.  Por eso Rocío, en su búsqueda señala:

“Hay una sacerdotisa que guardó el nombre
de las avenidas
y a veces aparece en lúgubres pasillos
para nombrar el otoño.”

“Las palabras cayeron
como el azul cayó
de un cielo siempre desconocido.”


No conocer los nombres del mundo es sentirse ajeno a él. Es sentirse ausente de él:


“hay una ausencia de mi nombre
que llena de miedo a la tarde.”


Se lamenta la voz poética y en su búsqueda acude a espejos y fotografías para mirar, mirarse, y aprehender lo aprehendible. Y en torno de las palabras que sirven para nombrar Rocío, la mujer, la sacerdotisa de la mano zurda, de la idea zurda, de la intención zurda, de la complexión zurda… nos lleva por el camino de sus propias palabras construidas a veces unas sobre otras como matrioskas… La intertextualidad que hay en este libro no se conforma con ir a las historias de otros y otras afuera… sino que, en una especie de introspección autonarrativa Rocío, en el cuento “Bloque obrero”, hermoso por cierto, crítico y bien construido, nos cuenta la historia, la memoria táctil, sonora y melodiosa del poema “Padre”.  Vemos a la autora en un simposio de Historia escuchando a los ponentes hablar de teoría, enunciados y frases muchas veces dichas, mientras recuerda un doloroso fragmento de su propia historia en el que conceptos y teorías son eclipsados por la experiencia concreta y triste de un padre, también zurdo de ideas, despedido por alborotador.
La familia también se hace presente en la búsqueda agregándose a los personajes mitológicos, literarios o históricos. El padre, la madre, las hermanas, la abuela a quien Rocío pide:

“Abuela ayúdame a nombrar a cada muerto
abuela ¿es verdad que en tus recuerdos habita
el tiempo del mar?


En fin… un libro hermoso en el que la autora se atreve a jugar y a llorar con las palabras como cómplices aún cuando a veces las  “Palabras (están) rotas como memoria intransigente”.  La autora sabe que la memoria está hecha de palabras y que la vida es, finalmente, un “ viaje de palabras”. Por eso hilvana palabras a través de “los vericuetos de las avenidas” de la Ciudad Tren para dar paso a la llegada de Lloruba, la sacerdotisa que Lloruba, lloraba porque…

“…a punto de ser lágrimas las palabras se derraman
en las alcantarillas como ecos de la muerte.”


Y, finalmente, como sacerdotisa que es, Lloruba vaticina:


“En un mar de sueños a veces insurrectos
Tristes ciudad- es como huella.
Al final el cruce de caminos
al final el doloroso exilio.
Nadie nombre la esperanza.”


En fin… un hermoso libro que nos hechiza con palabras mostrando que la palabra es la llave de toda memoria y de toda historia.  El verso y tu palabra son una de las tantas llaves Rocío. Un placer leerte. Felicidades.


                                                                       Angélica Santa Olaya D. R.  ©
                                                                       México, D. F. marzo 2011.

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