martes, 31 de mayo de 2011

La carne azul del infinito


Por José Miguel Lecumberri


“¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.”
Paul Valery, Cementerio Marino



Para iniciar la narración de tan desigual contienda de imágenes, silencios, resplandores y fantasmas, me preguntaré lo que Borges en un poema: “¿Quién es el mar, quién soy?...” Esaú, corona la interrogante planteada por Borges con una triada de pulcros versos a manera de respuesta, con los que da fin a su mítica cruzada: “…ya no el mar o los mares,/ya no el abismo,/mi hundida mirada.” Comienzo así por el final, por el estrato más profundo, por la mirada más ausente.

Esa interminable bestia, ese lugar de nadie, esa música que ruge con la monotonía y la cadencia de un sombrío mantra, donde ya no el mar, ya no el abismo,/una hundida mirada., el movimiento por el cual, dolorosamente, nos formamos como aquellas heridas que el mar lleva en las manos de tanto querer aferrarse a la playa, según escribiera José Carlos Becerra, y que constituyen el deseo atávico por lo inaccesible, el devenir otredad, tal y como Esaú lo sugiere: “tengo la sensación de una danza/volcada hacia un milenio muy lejano…”, formas de lo abierto, esa herida supura poemas, la “oscura flor del verso” de Panero, que el poeta ofrenda a su insondable adversario, insinuando: la flor ha germinado en el molusco,/y nada más hay. ¿Qué tiene el mar que cada vez que lo vemos es otro y el mismo a la vez? El poeta responde:

En la desembocadura,
los nombres se entrelazan
dulcemente,
se confunden
debajo de las formas del agua
en movimiento.

Y ¿Qué los confunde, no las formas ni el movimiento de las aguas?, ¿Se refiere acaso, Esaú, a algún resplandor primigenio, origen de la fuerza motora del azul infinito, fuente renovadora de las aguas? "Todo lo que es luz o acoge la luz puede caer en las tinieblas” dilucidó María Zambrano. El mar centellea, refulge en su superficie pero en el fondo se hunde, hecha raíces en las más misteriosas tinieblas, el mar es todo lo que no vemos del mar.


Jung utilizó la violenta imagen de esas lóbregas profundidades para comprender aquellas que nos habitan y, cierto, que le otorgan a nuestra psique contenido y, consonancia cósmica a nuestros pensamientos, relación con lo que es, en el fondo lo mismo que uno-mismo, el otro no-ideal, paso tendido hacia el interior, pues: Rumbo al fondo, sin rumbo,/la embarcación/asume su camino.” La embarcación entendida por el poeta, como ese monstruo, Leviatán contrahecho que construimos a partir de lo real, para horadar la inmaculada superficie de lo imaginario, el velo que oscurece la rosa eterna, misión circular y, por tanto, perpetua de conocimiento y desconocimiento, de encuentro y separación, para lo cual se necesita tanto la imagen como el extravío de la imagen.

Parafraseando al filósofo francés Gilles Deleuze: el eterno retorno no se opone al caos, sino que más bien se le asemeja. Así el poeta nos confronta con flujos que provienen de las zonas más telúricas del inconsciente colectivo y nos exhibe en cada lectura a manera de gazapos, una individualización poética de los entresijos desgarrados del Absoluto:

Rompe la marea,
en las profundidades óseas,
en los templos marinos
y sus tapias;
Rompe, en el camino intransitable
que hizo suyos
todos los cuerpos rígidos.
Rompe, en la noche ajena:
estatua viva,
isla petrificada
en el blanco escarlata del crepúsculo.

Y más adelante, el poeta ahonda la hendidura, que pareciera una pauta para el vacío que mentalmente representa lo infinito:

El eterno retorno es también
el arribo imposible:
La piel del extraviado
tendría
un sabor salino.
Ya no podría borrar de su mirada
el infinito azul.

Aquí denota la febril persistencia de lo inasible en la materia, a la manera en que el místico sufi Jalaludín Rumi lo expresara: “la sed de los peces”, pues somos seres rodeados de infinito, sin embargo, el infinito nos es inaccesible y, más aún, somos aplastados sin piedad por ese infinito tan íntimo y lejano a la vez. El mar grita nuestro origen y nuestra ruina en un mismo movimiento del alma.

Por ello nos parece un vacío hacinado por los más prístinos fantasmas, donde todo sucumbe, se corrompe, incluso la belleza, o la más ingenua armonía son tocadas por la muerte, la violencia, la tempestad y el desierto, ciertamente, el mar es el desierto más cruel.




Uno de los silogismos de la amargura de Cioran dice lo siguiente: “Cuando rozo el Misterio sin poder reírme de él, me pregunto para qué sirve esa vacuna contra lo absoluto que es la lucidez”, en Versus el Mar, el poeta se arroga la titánica tarea que en la época clásica el desquiciado y no menos poético Calígula lleva a cabo, en medio de un dilucida intervala, al percatarse que el verdadero enemigo del poder del hombre es el poder de lo absoluto, materialmente manifiesto en la fuerza oceánica, Titán primigenio, útero y destructor. Calígula ordena a sus tropas emprender la lucha contra el mar y sus espíritus, destrozar las olas, fragmentar su ritmo, aniquilar su ensordecedora melodía, sus dictados infernales, pues el hombre no debe soportar tanto mundo, tanto ser, tanto movimiento, que por exceso se nos vuelve inaccesible y nos hereda la nada de la que provenimos:

La sed
del navegante
que mira alrededor
y sólo encuentra Azul, azul
de viaje azul de carne
negra azul desfigurado azul
de primavera azul de sal azul
de viento azul de agua salina azul
azul de arena.

Todo una homogeneidad azul que es ajena a la palabra, pues la lengua es fragmentaria, rompecabezas de lo imposible: Lo escrito es una red/que nada abarca/y una luz en el fondo/(que nada a barca)…” El poeta lo reconoce, su lucha, como la del augusto emperador, es en vano, es entonces que la poesía se torna pila del sacrificio donde se ofrenda: “Un suplicio de fuentes…” El poeta ofrenda su propia vida en versos, como una oscura parvada que súbitamente se desangrará en el cielo.

Finalmente el poemario termina por su inicio diciendo:
Y yo veo a las mariposas blancas
danzar felices
y esa es mi mentira



Más adelante, el poeta rubrica, afirmando con tenebrosa certidumbre: “no es requerida mi existencia/la conciencia mentida…” Así, Esaú abre su canto a lo imposible a partir del camino recorrido, de la experiencia obtenida, pues sabe que todo origen es a la vez destino y vaga, transita como un San Juan la noche oscura del alma, pero a su alrededor no hay oscuridad sino azul, azul infinito.

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