miércoles, 23 de febrero de 2011

Aprender la muerte, en la Karakola


Una nota sobre Aprender la muerte de Norma Bazúa

Por Santos Velázquez
Aprender la muerte es mucho más que un bello registro entre lo que percibimos y lo que sólo podemos intuir. Algo misterioso flota en el libro, nos atrapa y emociona al grado de no poner en tela de juicio la luz de lo cotidiano, rayo que nos alcanza y nos revela un mundo eterno.
Norma Bazúa logra en esta odisea hacernos sentir que es también nuestra, pues uno logra vivir esta singular experiencia. Se siente de manera muy íntima cuando dice:
De haber nacido en primavera
Sería árbol  un nidal con zenzontlera:
canto perdurable y sin rencor entre el follaje.
Al leer su libro, al leer su obra en otros libros, puedo asegurar que es a partir de su intención de usar un lenguaje sencillo, como consigue la poeta alcanzar los altos registros de la poesía; como el agua real nos estremece con sus palabras; ella sabe que no son sólo suyas sino en realidad un bien común; hace que parezcan nuevas en el texto y nos hace sentir que no conocíamos su verdadero significado. Al hablar del ser que más conoce, es decir de ella misma, nos define a todos a través de la luz de su emoción, no desbocada pero única.  En su obra se capta el desprendimiento, la dádiva; suena claro el deseo de ser en el no ser, en esa otra intimidad de verse reflejada en todo lo que nos rodea; en lo percibido y en lo no percibido, pero que ahí está:
Saldremos ilesos si aprendemos la muerte _dice Norma Bazúa. Y le creo, le creemos todos…
completa el alma
entre oleajes del retorno
cargada con lo que no arrasó
                                          el mar de los olvidos.
Poeta que conoce la vida, su íntima trascendencia; sabe del cordón oculto bajo las sombras prenatales.
Aprender la muerte es un poemario que nos lleva a conocer lo que en verdad somos, sentir nuestra presencia en el mundo desde el instante mismo de nuestra concepción, y más allá de la misma: ir después de uno mismo, de lo que no habrá de perderse y que nos llenará de asombro:
La gestación duro diez meses
se negaba a abandonar el vientre materno
pero en busca del calor en el aire
deja de ser pez   descubre el frío
La vida es siempre una sorpresa, pero también una bitácora que necesita ser salvada. Norma Bazúa  sabe, intuye esa secreta relación entre lo que se ha nombrado vida y muerte; una no pueda ser sin la otra. Este libro nos descubre su presencia y afinidad de una manera magistral. Sólo un pez que conoce su osadía puede fluir en medio de estos dos mares:
Pez que viene de una madre desconcertada y de un padre vulnerable a su alegría. La sexta de los diez   entre dos muertos.
Le pusieron un nombre como ley:
para cumplir sin remedio palabras claras.

Así es nuestra poeta, oficiante de un lenguaje oculto pero claro:
Nacida casi al fin de la flor
sin pétalos   sin fuego en el aroma
sólo estruendo de polen en la voz
Confieso que su obra me sorprendió en el camino. Su propuesta de epitafio aún me desconcierta y emociona. Hoy la conozco más al aprender la muerte, sé más de sus sombras en donde no se abriga ningún mal, ni maleza. Tenía ganas de hablarle, sentir en su voz la intimidad de sus palabras. Agradezco a la vida y a la muerte este registro que hoy me hace conocerla, unir estas ideas que surgieron de las suyas, imágenes que son de luz alterna. Hoy me convenzo cada vez más que todos los caminos se unen en algún punto.
…fiebre sin terminal   chispa perenne
eterno parto de aire en el ahogo
gota de luz perdida en el perfil de la llama.
Norma Bazúa ha sabido definirse como poeta, ha convertido el dolor para que los hambrientos lo coman. Sabe del acontecer diario de la vida y de la muerte, de ese mismo tronco enraizado, sin brotes, sin hojas. En la luz de lo cotidiano ha sabido ampliar su mirada para volverla eterna:
Eres ahora sólo acontecer diario,
suceso común
tronco seco enraizado y
sin brotes   sin hojas
Por esto siquiera debieras quejarte
Pero sólo dices que la mentira es como el insomnio:
Un ámbar roto a donde no puedes
engarzar certezas
embonar pedazos de verdad para formar vitrales
Y aceptas sentencia afirmativa
aunque de transparencia mutilada
por donde miras ya sin asombro aquella culpa
La perdiste temprano
                    en ese bosque de cafetos
Al caminar sin rumbo entre sombras
                                          entre cascarales
                                  del fruto ya salvado.
Sí, nos encontramos ante una verdadera poeta, una gran poeta. Ella conoce su voz, habla con el alma de esa voz; por eso sólo le pide que le acerque paciencia para separar el grano de la paja…
…que afinque las ruedas del molino
para moler harina para una última horneada
del pan que esperan tus dolientes
               para iniciar el Requiem.
Nada dejas pendiente  amiga mía
como si sólo esperaras el maretazo
            el golpe sobre tu ataúd entre el agua.
En Aprender la muerte se intuye la salida del espacio que todos conocemos y desconocemos, que la ciencia se ha empeñado en descubrir. Uno se abandona al oleaje agitado para entrar a otro naufragio y aspirar a ser salvado. La poeta conoce a la muerte, la acepta en sus códigos verdaderos, en los más intuitivos. Ella espera trazar estelas   caminos sobre el mar. Antes de ahogarse, desea que el amor humano detenga la catástrofe y reconstruya lo que nos quede después del cataclismo:
Sólo a Él  puedo pedirle que me traiga una ola
verde
un sunami  personal que guardo entre
                       miedos infantiles
Para que arrase con esta agua violenta de mis ríos
este goteo vergonzoso de un viejo amor
                                         entre recuerdos viejos
Aprender la muerte es una verdadera propuesta íntima y universal: el grito de dolor sale ileso entre tanta agua oscura:

Para tanto garabato nocturno
no me quedaba entonces
          más refugio que dibujarme un árbol
         y entre su hojarasca
    hacer perdedizo todo mi arrebato.
Próxima al adiós Norma Bazúa ha querido escribir su testamento sin que el dolor le pida cuentas atrasadas. Y nos dice:
Porque la vida es a veces solo reflejo
    reflujo para seguir
Olvídense del espejo   apéguense a la piedra
               y amen estas paredes
       llenas de hiedra que brota con el aire húmedo
Respiren ahora entre esta plenitud
de hojarasca que los protege en la penumbra
para que perduren pegados a la piedra
y se acostumbren a ese otro frío   ese otro calor.

  La poeta conoce la unión entre la vida y la muerte. Su voz es tan real que transforma nuestra definición de realidad:
Porque vivir a veces sólo determina vida
quédense cotidianos  ampóllense las manos
armonicen con el quehacer diario,
        Pero enciendan su luz mientras
                     les dure el mundo.
Este es el legado de Aprender la muerte: reinventar la vida, llevar un registro más cercano, más íntimo para aminorar los pasos fallidos, porque algo se nos perdona y empezamos a ser reconocidos. Eso dice Norma Bazúa, y todos le creemos, lo aceptamos como una verdad:
Lo que di ha estado entre mis brazos
                     redondos y álgidos
                lo que dejo me lo dejaron antes.
La poeta sabe, intuye que todos somos uno solo, dueños de todo lo que nos rodea. Compartimos distintas experiencias, pero una sola en su conjunto. Aprender la muerte es el hallazgo último para empezar a ser; enfrentar el caos y salir ilesos, para entender la luz de una casa más amplia. Aprender la muerte es transformarnos todos , empezar a vibrar en un solo registro, desde la más mínima de nuestras limitaciones hasta la más desconocida de nuestras libertades. Encontrar en lo divino la más inmensa justificación de lo que somos.
No tengo duda que este poemario es ya imprescindible en nuestra Lírica Nacional. Está aquí, ya forma parte del universo.
Gracias Norma Bazúa por enseñarnos a Aprender la muerte.
  

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