sábado, 10 de julio de 2010

Premier de Máscara de cristal en el Teatro del Pueblo

Bárbara Oaxaca, acompañada del guitarrista Jorge García.


La mesa de presentación en el fondo oscuro del Teatro del Pueblo.


Andres Cardo, Óscar Escoffié, Israel Soberanes, Guillermo Vega Zaragoza, Pedro Paunero, Steelman, Bárbara Oaxaca y Jorge García.



Máscara de cristal,
DE RAFAEL TOMÉ ZAMORA


Por Pé de J. Pauner


“Este personaje trabaja hasta casa de la chingada (así se llama en esta novela al Municipio Libre de Tlalnepantla)”. Es este uno de los párrafos iniciales de esta obra que, como en una Caja China cabe todo. Hay en esta novela párrafos completos dedicados a la metaficción (“Hoy era distinto: alguien pudo contratar a Santo el Enmascarado de Plata. ¿Te imaginas? ¡Santo!”) pasando por desperdigadas letras de canciones mientras los personajes avanzan por una trama movida, icónica, cinemática, cinematográfica… porque con toda intención esta novela experimental es, al mismo tiempo, una película en dos dimensiones o, como dijera un físico conocido, no pertenece a la 3D sino al país de Planilandia donde nos movemos libremente todos los que nos dedicamos a la siempre insatisfactoria labor de escribir.

Así que, carguemos al hombro la cámara o en la mano, de tratarse de una de esas con las que se filma el Dogma 95, que es tanto de mi gusto y pongámonos a capturar en imágenes…

Gran angular. Desplazamiento gradual, zoom, el cuadrilátero comienza a crecer dramáticamente hasta abarcarlo todo. Es una nave espacial, la barca del pirata, una violación visual. Una voz eléctrica zumba, penetra los oídos, nos hace sonreír al reconocer la voz de conocido presentador.
“En esta esquina los feroces rudos, el Bulldog (silbidos mentándole la madre) y Ruddy Ramírez (silbidos mentándole la madre). En esta otra, el ídolo de esta Arena, el Caballero Tiiigre (aplausos), esta vez en pareja con el ídolo de ídolos, el Enmascarado de Plata… ¡Saaanto! (el público se desborda).

Entra narrador omnisciente, crítico, con pretensiones de ensayista y articulista de divulgación científica: Frases como “casi gritaba”, “semiocultó la maleta en un semidrenaje” nos dicen que esta novela es una “casi” película. Sobre aviso no hay engaño. Poblada por luchadores, estrellas del rock de la época, actores, hasta un presidente de mentiritas llamado Díaz Ordaz, y un incipiente escritor del cual se nos anuncia que se llama José Agustín. Cómic de Ciencia Ficción con su intermedio, incluidas entrevistas por parte de una apetecible como locuaz periodista que se ve inmersa en una trama que se convierte en un complot internacional que incluye un viaje espacial a lo James Bond (cualquier semejanza de las pelis de James Bond con los filmes de El Santo ¿será coincidencia?) en su encuentro con un cosmonauta y un aterrizaje cercano a la mansión de un vampiro. “Nosotros pensábamos que era un personaje de ficción promocionado por el cine”, comenta alguien en algún momento de la trama. ¿Cine dentro de cine? ¿Ficción pulp mexicana? ¿Novela de cine pero novela al fin y al cabo? La respuesta es un rotundo sí, pero es mucho más. ¿Qué es la imaginería de los luchadores mexicanos? ¿Qué representan no sólo para el género sino para el inconsciente colectivo de una parte de la población?

Atendamos a estas cuestiones, pongámonos un poco serios pero no pesados:
El héroe es innecesario. Mientras existan problemas que exijan de sus capacidades, los héroes son alguien. Cuando no existen problemas en la sociedad, los héroes no son nadie y se aburren. Es más, es muy poco probable que alguien escriba sobre el aburrimiento de los héroes. Según la “Filosofía del Derecho” de Hegel, una vez fundado el estado no puede seguir habiendo héroes. Los superhéroes y los modernos antihéroes son producto de la sociedad aglutinada en ciudades. Son herederos de los males que aquejan la ciudadanía. ¿Qué significa que existan policía y milicia en una civilización? Significa que una parte del Estado es mejor que la otra. Los guardianes de la ley (y los héroes hacen cumplir la ley), valen menos que un estrato social (el alto, sobre todo); son, pues, sacrificables.

Ante la ineptitud de la policía y el ejército surgen, ante amenazas reales o imaginadas, los superhéroes. En las tinieblas de la noche del mundo el súper héroe atisba. Acecha. Castiga. Producto de una sociedad capitalista (miren cómo es que, en una sociedad represora –el comunismo extremo o el fascismo-, no existen los súper héroes), el súper héroe propone un quiebre de la civilización, anuncia su imperfección, su inacabada hechura.

En este homenaje a nuestro fantastique mexicano, pues, cabe todo. Si una característica recubre a nuestros súper héroes es lo lúdico, su desparpajo ante la vida: el que los sabemos comedores de tacos y carnitas y que beben cerveza como todos los demás a diferencia de los súper héroes gringos, asépticos, apolíneos, titánicos, en su devenir de semidioses.

Recuerdo las palabras de ese gran estudioso cinematográfico de la figura del anti héroe que es el cineasta alemán Werner Herzog: “en mi juventud, yo miraba las películas del Santo”.

En la novela de Tomé no falta un solo elemento de la imaginería de las pelis del Santo. Y encima, es tremendamente divertida.

Rafael Tomé: al principio de esta disertación, divagación, presentación, ensayo o artículo, no sabía qué camino tomar, ahora me parece que elijo el de la epístola: No sé dónde enviar esta carta, pero supongo que, como toda obra literaria es, en el fondo –y tú te atreviste a hacer una-, una botella arrojada al mar de las publicaciones, esta tomará el rumbo de la Arena Cósmica dónde seguramente estarás librando batallas arcangélicas a dos de tres caídas y apostándolo todo, como buen mexicano para reinventar tu nombre, para crear otra leyenda…

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