viernes, 20 de enero de 2012

Neurálgica poética

Por José Manuel Ruiz Regil

La paradoja de la modernidad hace más fáciles las cosas que antes eran difíciles y difíciles las que antes eran fáciles. Me explico. Cada vez es más fácil acceder a información que antes llevaba mucho tiempo conseguir. Antes era fácil hacerse notar donde eran pocos los que hablaban. Ahora en un revuelo de voces donde todo se vuelve barullo, lo que hacemos con la información y cómo lo hacemos toma mayor relevancia.

Hoy prácticamente, cualquiera que se lo proponga puede escribir un libro y publicar. A pesar de las trabas económicas y los intereses de grupo la industria editorial reporta un valor de 8,237 mil millones de pesos en 2010, con 142, 715 títulos y 123,003,510 ejemplares vendidos, en total. De los cuales 13, 208,000 ejemplares son de literatura. Y dentro de esa categoría no sabemos todavía cuáles serán de poesía. Sin embargo, tomando estas referencias podemos inferir que son muchos.

A partir de esto pensar en un título más no parece gran cosa. Pero sí lo es cuando pensamos que de toda esa cantidad de títulos muy pocos son de creación, menos de ficción y todavía mucho menos de poesía.

El advenimiento de un nuevo título, así, parido desde las entrañas de una editorial independiente como lo es VersodestierrO es to`o un acontecimiento que debe cimbrar no a las estadísticas, sino los oídos y las conciencias de quienes hemos sido anunciados de su alumbramiento. Por eso hoy, en medio de la algarabía de tipos y offsets, tintas y papeles mercenarios celebramos la aparición de Neuralgica, opera prima de Daniel Carpinteyro. Un texto inscrito en la estética del deterioro, en la poética de la destrucción –qué paradoja para la poiesis-; un libro cuya voz clama en el anfiteatro del desamparo de los siglos, del dolor colectivo y trata de cubrirse con el manto del lenguaje. Un libro que recorre los parajes emocionales trazados por Rimbaud a finales del siglo XIX (“Senté a la belleza en mis rodillas, y la hallé amarga, y la insulté”) y pareciera aferrarse con uñas y dientes a edulcorarla a través del shock verbal.

En el texto navegan varias voces. Voces malditas, decadentes, purulentas y excrementicias. El autor busca la metáfora blasfema, la comparación maloliente, el oxímoron sangrante para asumir una condición mínima de humus y reclamar su derecho de conciencia a decir su verdad, donde la orfandad es la madre de todas las posibilidades.

Para leerlo hay que insertarse en la botarga de Gregorio Samsa y trepar por las paredes de su estructura para ir ganando la dignidad de emancipable, presentando el salvoconducto del poema. Aquel hipócrita lector al que aludía Baudelaire, Carpinteyro lo asimila semejante a él, y en tanto:

“Saprofito de inmundicia orgánica.
Bacteria de la más absurda de las infecciones.
Langosta de la plaga más enloquecida y defoliante.
Carcoma de los templos naturales”.

Hay en estos textos una consciencia visceral centrada en el cerebro, el cual es concebido como un arma letal que dispara ideas, y en sus extremidades neurálgicas: los ojos y los sentidos; aquellos que pedía el maldito desarreglar sistemáticamente para acceder a la poesía. Imágenes del viaje profundo tanto al interior del ser como al centro del encéfalo.

Carpinteyro construye una neurálgica poética dividida en cinco nodos (Germinales, Cuerpo límite, Dislocadores, Desastres naturales y El malogrado ) donde confluyen, a mi parecer dos voces. Una enérgica, apolínea, rigurosa y críptica, que enuncia la fatalidad y se regodea en ella; y otra lumínica, Dionisiaca, con cierto optimismo ético que atisba una esperanza en la ranura no del futuro, sino del texto mismo. Lugar donde sucede la revelación, la destrucción y la construcción de un nuevo lenguaje, el propio.

Se reconoce en el oficio la lección asimilada de los metros clásicos y la intención de trastocarlos en un verso libre de gran sonoridad y musicalidad científica, donde la tradición es vapuleada por el ímpetu certero del experimento.

El libro inicia dando fe de una consciencia holística que ve desde dentro, haciendo al lector una invitación a la búsqueda interior, con una autoafirmación exenta de control, pues reconoce que “hay particiones que tienen voluntad propia”. Echa a andar al animal consciente, lleno de libertad, de azar y con una organicidad monstruosamente microscópica que refrenda en Carta de derechos, cínica anfitriónía en el mundo del albedrío y el karma.

“Todo te está permitido.
Ascender por las cortezas cabalgando
en una musaraña
o procurar el crecimiento de baobabs
camuflados en tu barba.
Lamer la sangre bajo el ano de gallinas que dormitan
o desovar tu descendencia
en el cerebro de cadáveres que gritan.
Ocluir las yugulares de los machos alfa
o saciarte de los pechos reventados en hembras omega”.

El poeta Carpinteyro, como lo hiciera Jaime Sabines en su momento, divide también a los poetas en dos. Recordemos primero al Chiapaneco:

"Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: "Lucero, luz cero, luz Eros, y aquellos que tropiezan con una piedra y dicen "pinche piedra".

Daniel tropieza con la piedra y la enciende. El los separa en los que se prenden fuego a sí mismos y los que le prenden fuego a los demás. Y equipara su gusto por ambos en tanto que los dos se comprometen con la destrucción humana. Mientras que la división de Sabines es lingüística, la de Carpinteyro es moral. Pero las concilia en su poética, porque al tiempk que se prende fuego a sí iismo utiliza para nombrar la materia un lenguaje cercano a la “biología, esa tejedora que trabaja con el tiempo a su servicio” , como él la llama; a la medicina, a la ciencia orgánica, y a la filología, con la cual se sinapsa para obtener esa sonoridad catastrófica, polisémica tan vitalmente contundente que lo sitúa en la primera clasificación.

“Estregadero malezal de los anélidos sanguíferos” para contrastarla con otros momentos en los que su preocupación es tan cotidiana, y su descripción tan clara como en Liberar un poema, Monólogo de una dentadura postiza o Elogio de una rata, donde brota cierta preceptiva literaria que va muy de la mando con Alfonso Reyes o León Felipe.

Sin embargo, nada lo para en su impulso de autoproclamarse Mester de Tanatología. Y esta postura, lejos de parecer chocante luego de tanta decadencia, resulta congruente, creativa y real, en tanto que la veta explorada sí alcanza a dispararnos, como lo anuncia en sus últimas líneas, hacia un paraje distinto, menos opresivo y fugaz, donde ese hilo que todo lo atraviesa logra liberarse del espiral especular , para tomar al lector de las greñas y subirnos con él en el vagón del metro hacia el panóptico.

Neurálgica es un libro liminal en cuanto que explora las fronteras del lenguaje, de las disciplinas que lo nutren y del cuerpo como objeto de estudio.

En Utilidades de un cilindro de acero inoxidable honra a esa llaga de nueve aberturas que nombra el Baghavad Ghita. (A uno mismo se entra con cuidado por debajo de las cuencas oculares (…) a la verdad de los desconocidos se entra por el meato urinario (…) a clausurar el ruido hay que ingresar por la mansión vestíbulococlear (…) al recto se entra con alivio y relativa calma).
Neurálgica termina con una promesa de segunda parte en que se anuncia una poética del renacimiento. Mientras tanto viajemos por los axones de la poesía Neurálgica de Daniel Carpinteyro.

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