martes, 16 de marzo de 2010

Memoria de los Cuerpos O la obsesión de moler el tiempo

Imagen original de la portada del libro. Óleo de Jehtro Zúñiga.


Crujan en lo inmutable,
Cuerpos,
lo ferroso que avanza
sobre lo delicado de las cosas rotas
y las cuida para que sigan siendo siempre pequeños
desmenuces,
objetos fragmentarios, pero bellos,
con la belleza que da la permanencia,
estables,
calmos como las grúas en el instante en que fallecen
y caen sobre una suavidad de pernos y tornillo
quietos,
ligeramente estrangulados por el tiempo
pero hermosos, aún,
(p. 69)


Si un poeta se identifica por su voz, por la unicidad que lo distingue, de su carácter o estilo que impregna en las letras, y lo hace parecer sólo sí mismo, entonces Max Rojas es un poeta inconfundible, poseedor de ese trombón que lleva por voz y cada vez que habla retumba grave el ambiente y vuelve de pronto al paisaje un bosque de árboles secos.

Cuerpos I. Memoria de los cuerpos, editado por VersodestierrO con apoyo de la AEM, es un portón que se abre lentamente, igual que se abre la ventana de un subsuelo, las puertas del infierno cuando éste quiere dejar salir a las ánimas que habitaron la tierra para volver en busca de nuevas vidas. Es el comienzo de un poema, que incluso Rojas no imaginaba lo que sería ahora: un poema largo (de gran envergadura) como lo es la ceniza de un cigarro sobre el cenicero cuando la plática está deliciosa y se olvida el humo que envicia el ambiente.

Así nos conduce Max en su máquina de vapor, que semeja un ferrocarril pesado, de metal que se antoja inamovible, y que para moverse requiere horas de impulso, brasas y muchos hombres de carbón para inyectarle su poder de palabras chirriantes. Pero en sí será una máquina que después no podrá detenerse y conducirá a los viajantes a su destino, muy lejos de donde imaginaban llegar. A fin de cuentas es un tren que lleva a los que huyen a un sitio donde nadie podrá encontrarlos. Un lugar caótico, o por lo menos lleno de un orden incomprensible, donde los vagones atraviesan dimensiones y no obedecen el tiempo lineal: respecto a esto Rojas escribe en la “advertencia preliminar” a Cuerpos:

Al interior de cada libro no hay tampoco, en muchas ocasiones ilación entre versos. Salta —el poema— de una obsesión a otra y parece que se va pero regresa, enfantasmado, para adentrarse a un espejo y huir hacia regiones frías y convertirse en un trombón que asiste a los velorios para hacerlos un poco más alegres. Es un caso, el de este poema, de una lógica-ilógica o, para que suene un poco más presuntuoso, una especie de “lógica” poética que no acierto a explicarme, pero que me ha metido en los más oscuros vericuetos del caos y la demencia, así sea en el orden de lo imaginario.

De tal modo que este poema descuartizado y al mismo tiempo cosido ahora ya en 24 libros, hace pensar en las Reflexiones sobre la poesía de Enrique González Rojo Arthur, a manera de esclarecimiento, en las cuales habla también de una lógica poética que reside en los poetas, y dice así:

Muchos poetas —y de los mayores a veces— no quieren saber nada de la Estética o la Poética. Su quehacer se les antoja único e inefable. En la puerta que conduce a los litorales de su “inspiración”, colocan el letrero de “se prohíbe la entrada”, y cualquier reflexión sobre la interioridad o entresijos de su práctica poética, les parece una arbitraria intrusión racionalista. En cierto sentido les asiste la razón. Tomando en cuenta, en efecto, que mientras el poeta camina con pies alados, y toda Poética lo hace con pies de plomo, ¿tiene sentido pretender sujetar el vuelo del primero al torpe caminar de la segunda? El poeta descubre momentáneamente, a golpe de imaginación, a vivencia desenterrada, lo que al crítico o al esteta le lleva años en presumir, aislar, tematizar. Si es que existe la lógica poética, al poeta no le es necesario —o no le ha sido— saber de ella, ya que su genio, su musa o su numen le permiten no sólo cantar sino hacerlo en ocasiones de modo maravilloso e inolvidable. Pero detengámonos un momento en este punto. Así como los hombres antes de formular los principios básicos de la lógica y desarrollar sus mecanismos esenciales ya pensaban lógicamente o, lo que viene a ser igual, así como hay multitud de individuos que jamás han leído a Aristóteles, Bacon o la lógica de Port Royal, etc., y sin embargo discurren lógicamente, los poetas, aunque nunca hayan pensado en la existencia de una lógica poética o, incluso, rechacen terminantemente su mera posibilidad, han creado su poesía dentro de una lógica especial por ellos ignorada. (p. 31)

Tomando en cuenta la reflexión anterior, la lógica de Max Rojas en este poema es que no puede haber conclusión posible. Que no quiere llegar al irremediable fin. Se decide a romper un silencio que duró cerca de 30 años y una vez adentrado en ese vacío, el eco se revienta interminablemente, voz tras voz, como ondas en el agua al saltar una piedra hacia el otro lado sin divisar nunca la orilla.

Es un camino terrorífico en reversa, hasta el primer día del hombre, cuando la primera madre parió al primer humano y se pudieron definir ambos (madre e hijo) como tales y no como simios o alguna otra clase de animal extraño incapaz de hacer grafías en las piedras o en los árboles o aullar alguna canción con partitura de glifos acuíferos.

Max Rojas hace este viaje desesperado hacia la carne, hacia la tierra de la fascinación carnal. Poeta materialista que no quiere resignarse a esa muerte que traemos atada a nuestro traje de humanos. Es esta complicación de aferrarse a la carne la que hace los hombres no sepan morir, y se arremolinen en busca de salidas en el espejo furioso de la memoria, en donde aparecen los más temibles fantasmas en busca de regresar al presente para demonizar todo y hacer que lo que ahora parece derruido se vuelva radiante, aunque sea sólo en un destello vehemente de tinta, en un inalterable pulso de cirujano dispuesto a disectar ese cuerpo obtuso e imposible de entender que es lo irrecuperable: esa musa de invisible carne que es el tiempo. Invento dramático en donde los Cuerpos transcurren como una serie de puntos infinitos en donde el mundo que se construye es sólo la maqueta del fin de algo irremediable como lo es el fin del camino de los que dejaron atrás hace mucho su vida, y quedaron atrapados en el Círculo.
Max, como todos nosotros, huye de la Muerte:

Huir de todo
en fuga de uno mismo hacia sí mismo,
errancia indetenible,
exilio en condición de sombra hacia los cuerpos
que ama,
cuerpos tan borrosos que ya no caben en ninguna parte,
no pueden circular como objetos materiales
no suben escaleras
o bajan por los puentes
que permiten el paso de los ríos,
sólo nombres (p. 58)


Así, de una manera Heggeliana el poeta cada vez que se da alcance ha partido ya hacia otra Errancia. Sólo detrás de los nombres, de los ríos que son la vida o vidas que se dirigen al Mar, al sitio donde el sonido de las olas cubre todo vestigio humano. Escribe Rojas esa partitura para trombón y silla junto al mar como una forma de enfrentar el rugido incontenible de lo que no podremos controlar. Y medita:

Sólo hay mitos
o desoladas intemperies cubren con un manto de piedad
los signos que anticipan los próximos destierros,
o se escuchan sonadas abstracciones en que lo real
se pierde en sus afanes turbios,
su calvicie brutalmente
ornamentada con alambres verdes,
tendederos de agónico canario amarillento por la bilis
que le sale de su canto amargo,
su dulce canto estrafalario
que huye hacia lo loco y se estrangula con sus manos
enjauladas (p. 78)

Las manos de Max Rojas son jaula donde viven grandes pájaros, que seguro abrirá para que viajen al sitio donde no existe el tiempo, al menos ese tiempo de segundos y horas que tanto pregonan los hombres, pájaros que llegan y permanecen dormitantes en un poema interminable; hermosa parvada de letras que astillará más de dos mil ojos.


Memoria de los Cuerpos. Cuerpos I (Editorial VersodestierrO) mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2009.

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