martes, 14 de julio de 2009

Un mimo dirigiendo una guerra en occidente

Por Yussel Dardón


Yussel Dardón durante su ponencia en la Casa del Escritor, en Puebla, con el megáfono. En primer plano, Pedro Emiliano. A la derecha Ian Soriano y Federico Vite.


Existe una visión crepuscular en torno a la mayoría de los escritores de las últimas décadas. El desencantamiento de la modernidad, la instauración en una fase posmoderna, neobarroca o hipermoderna, como algunos precisan en distinguir, ha provocado que en las expresiones artísticas exista una apuesta, en ocasiones certera, para representar al “yo” dentro de una maraña social, económica y cultural. Así, cada conjunto de interacciones del sujeto, incluso la que se ejercen a partir de un fenómeno introspectivo, comprueban el fastidio y cansancio por la contemporaneidad. ¿Será entonces este desencantamiento el numen de la creación artística, o quizá sea que la construcción del discurso artístico no es más que un rayón a la carrocería de la vida?

En Explotó todo el aroma de la sangre, Ian Soriano manifiesta su inconformidad para asumir una posición en torno al universo que habita, pues el único lugar de conocimiento es el rito y el retorno a lo que una vez fue mejor, a un pensamiento construido a partir de reflexiones que lo instauran como un elemento del universo, como lo hace patente en Mi barrio es el cosmos, segunda parte del libro y segundo canto de una poética enraizada en la no-estancia perfecta y que busca, a través del sufrimiento que es el pensar, la muerte como benefactora creacionista.

Ian Soriano ubica su poética dentro de un naturalismo poético, donde, como lo manifestaba el Marques de Sade, el hombre es sólo un espectador virulento de la magnificencia de la naturaleza, y quien en un punto debe reintegrarse a ella para obtener su salvación, pues sólo así, la experiencia saldrá avante sobre el conocimiento: “Lo humano es lo irreparable, nuestro grave error fue salir de la naturaleza, porque todo progreso será aniquilar, todo esfuerzo y construcción a favor de la humanidad serán destructivos en vano; no hay regreso ya, tendríamos que volver a nuestros repudiados orígenes.” La escritura de Ian Soriano tiende a la soledad como fuente de dolor y nostalgia, por consecuencia como fuente creativa. Soriano construye al poeta a partir de la imagen del Triste, asemejando su devenir con la construcción que Pessoa hace del escritor. “El triste pierde el coraje para ser alguien, porque es un gigante al que cualquier hormiga aplasta.”


Danza contemporánea a cargo de Leticia Velázquez.

Explotó todo el aroma de la sangre está dividido en dos apartados; la primera, No ser una brillante roca, explora el ejercicio del canto a partir de la reflexión. Aquí, el poeta asume una posición reflexiva sobre el valor experiencial de la vida. Estrofas construidas a partir de un sinfín de imágenes y metáforas que solidifican su discurso poético, Soriano edifica versos acelerados y trepidantes que asemejan el ritmo a un Lautremont o Rimbaud mediante un pensamiento fragmentado, respetando la apuesta constructiva del rumano Cioran, quien menciona de manera crítica y contemplativa “Busco lo que existe. Mí búsqueda no tiene objeto. Vayamos al Juicio Final con una flor en el ojal.” La reflexión del rumano parece confirmarse con lo que el poeta José Vicente Anaya encuentra cuando menciona que al no poder hacer florecer la flor en el poema, en referencia a Huidobro- ésta se lleva como adorno. Ian Soriano pues, toma la flor y le habla con voz nostálgica, pues sabe que obligar a que la flor florezca sería apresurar el proceso que la marchita. No ser una brillante roca es un largo canto en el que el hilo del discurso poético es la añoranza y el acto de asumir la condición indefendible del hombre con la naturaleza, muestran la voz de un poeta romántico, que avasalla el lenguaje en imágenes tratando de mostrar su verdad. “Después de todo, se trata de nombrar a las cosas para que signifiquen algo, de crear paraísos semejantes a los que muestra la vida.”


Federico Vite durante la lectura en Puebla.

En la segunda parte del libro, Mi barrio es el cosmos, el poeta escapa del spleen poético para retomar la construcción de versos y estrofas; aquí, Soriano reflexiona una vez más acerca de su pertenencia, asumiendo un espacio de significantes mágicos, donde el Universo lo avasalla, pues no hay mejor lugar para sentirse extraviado que en la nada inextinguible. “Tu monasterio es una cárcel donde todos los santos son Absurdos.” En esta segundo apartado, se construye la visión de un universo donde el equilibrio es una ilusión y una consigna que lo persigue a donde quiera que vaya, como lo dice en el verso “Mis ojos son testigos de que cada lágrima del infinito se deforma.” En este acto meramente contemplativo, Soriano recurre a la dualidad occidental Dios-Diablo como ejemplo del discurso místico-poético: “La música la trajo dios, el diablo nos trajo el silencio.”

Los enjuiciamientos que realiza Soriano en su libro van dirigidos a la construcción del hombre contemporáneo, inmiscuido en el sobre-razonar y como sabemos, todo razonamiento incluye a un raciocinio de las reservas ideáticas.
Toda publicación es digna de celebrarse, no porque este proceso sea el fin último de la creación, sino porque toda aparición trae consigo el compromiso del escritor por mantener su vigencia y rigor, explorando nuevas vertientes que vayan, de poco en poco, solidificando su labor no sólo como poeta sino como escritor, una puesta que el poeta Ian Soriano no debe eludir.

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