Por Harel Farfán Mejía
Desde el inicio, cuando era un novel escritor ávido de encuentros y desencuentros con el mundo de la literatura, uno de los temas más recurrentes en los diferentes escenarios, llámense tertulias literarias, talleres, encuentros, etc. Fue el tema de las becas que las diferentes instituciones privadas, entidades federales o gobiernos locales convocan año tras año. El tener en ese entonces una posición de oyente (pasiva), me permitió darme cuenta de la molestia, y en algunos casos odio, de los cientos de escritores, poetas, ensayistas; ante la forma transgresora en que los funcionarios, avalados por un grupo de escritores o Pseudo-escritores, otorgan cada año.
He de confesarles que esta fue una de mis primeras decepciones que sufrí ante un mundo que me lo había imaginado puro y casi sublime como un dios. Ahora, dos años después que abandoné el puerto; he vuelto a mi patria y a la vieja máquina con los dedos cercenados y cientos de historias que el pervertido mar de mafias, a lo largo del país, ha mostrado para mi. Llámense “los hijos de fuentes” (el crack) o “los herederos de paz” (cito únicamente estos dos grupos de poder ya que son los que controlan la mayoría de concursos y becas nacionales). Todos ellos muestran cínico rostro y traicionera lengua que rodea a los inexpertos y soñadores jóvenes que buscan trascender por medio de la palabra. Por esta razón, he caído en la preocupación, y no en el desvío en el que caen las personas que no fueron beneficiados con un estimulo gubernamental o privado, de darme cuenta que nuestra literatura se va consumiendo desde la muerte de Octavio Paz, y solamente es iluminada por arcaicas luces que nos evitan regresar a la edad oscura de la literatura en México. Por desgracia para nuestra historia literaria, las becas no están cumpliendo con su cometido y sólo sirven para que jóvenes vanidosos jueguen a ser legitimados por una dependencia que les dará el título de poetas, novelistas, cuentistas, ensayistas y, en algunos casos, de amantes o putas de algún reconocido escritor o funcionario que, aprovechando su jerarquía en beneficio propio y no de las letras mexicanas, les otorgó el tan anhelado recurso. Claro que en un país como el nuestro, en donde los pobres no son seres humanos para los poderosos sino una estadística, esta no es una irregularidad sino más bien una costumbre. Ojalá, alguien me pueda decir en dónde están los cientos de promesas, que año tras año, son premiados con la publicación de su obra, la cual, con el paso del tiempo, se venderá en los montones de a cinco pesos en alguna librería de viejo del centro de la capital, o por lo menos, que me digan en cuál cantina se encuentran los dineros del pueblo que los jóvenes y no tan jóvenes, se bebieron a lo largo del año en que recibieron, mes tras mes, un apoyo para ser los herederos de Carlos Fuentes, Gabriel Zaid, Tomas Segovia, Sergio Pitol, Fernando del Paso, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Dolores Castro, Rubén Bonifaz Nuño? (por mencionar algunos de los escritores vivos). Así, al llegar con el cantinero y presentar mi credencial de la SOGEM, el FONCA, La Fundación Letras Mexicanas, etc, me pueda fiar un par de tequilas o por lo menos me haga un buen descuento.
Como ya sabrán, las Becaciones, como he titulado este breve escrito, seguirán otorgándose año tras año, mientras el pueblo se olvida de leer para poder comer; se premiarán a los amigos en las ferias de libro, mientras nuestro pueblo deja de escribir para mal vivir; se harán homenajes a los políticos que un día se dijeron escritores y mandaron a publicar sus anécdotas, mientras el pueblo se olvida a qué sabe el maíz y, finalmente, nuestros becarios escribirán de revoluciones, de matanzas, de traiciones gubernamentales en algún país de Europa, Estados Unidos de América, África, Asía, mientras de México, las voces del pueblo callarán eternamente.
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