domingo, 7 de abril de 2013

Eva en el país de lo cotidiano


Por María Elena Solórzano

El libro “Nada se pierde” de la poeta Eva Castañeda se divide en tres secciones: De aquí, De allá, De otros lugares. Huidobro nos dice: El poeta crea su mundo, es como un Dios que construye y reconstruye. En esta obra hay un aliento de creacionismo y aparecen guiños del estridentismo. Enseres domésticos aparentemente insignificantes condicionan nuestras vidas. Sólo tenemos nuestras diarias vivencias, en nuestra inherente finitud queremos trascender. La perfección no existe, lo impecable en la suavidad y la blancura tampoco existe, la superficie más tersa vista al microscopio tiene grietas. Toda certeza es engañosa, los ojos y los demás sentidos nos dan una realidad algunas veces falsa y miramos lo que no es. De aquí.

Para Eva muchas cosas pasan desapercibidas, pero se detiene a mirar -como toda poeta- el color de las hormigas y a escuchar el canto zigzagueante de las moscas. No sabe de fantasías, sabe de cosas diminutas, pero eso es lo que forma la vida y la realidad está enfrente sin dar respuesta alguna a nuestros problemas existenciales.



Tu amor, mi amor no lo quiso nadie y sólo quedó el reguero de luz, ya no hay amor ni una migaja. Pero hay amores que crecen y no los alcanza la mezquindad ni los eclipsa la rutina.
Eva dice: no me cuentes tu historia, es mi historia. El ruido de los trenes en las vías me dice de otras almas, de otras vidas y tú puedes morir bajo los trenes en la madrugada (por los sueños malogrados).
Y dice Eva
 Que cada día es diferente: el día de hoy tranquilo y te pondrás tu endeble armadura (tu vestido de sueños, alguna flor en el cabello, carmín en los labios y un toque de rubor). De mañana lo cotidiano no te engulle.
Ellos toman el autobús, ella baila un vals en sueños porque en lo cotidiano no hay música . El terremoto terminó con todo, el terremoto les mató el alma. Todos hemos vivido un terremoto y se ha perdido todo, absolutamente todo.

Las cosas cobran vida, caminan y hacen ruido, un abalorio, un símbolo, un signo, una estampita de la Virgen de Guadalupe o de San Judas Tadeo pueden tener gran importancia y los guardas en el saco de tu memoria.
Te encuentras con un mundo desgastado donde todo es sabido y los hechos ya no causan ningún asombro. Ni siquiera el embarazo por violación de una niña de once años.
La blancura lastima, pues nos acostumbramos a nuestras manchas, a nuestras sucias manías y cuando estamos ante la blancura, no tenemos referencias ni siquiera migas para seguir el sinuosos camino que se abre frente a nosotros.
Cuánto luchamos por alcanzar una meta, un bien o un amor, cuando logramos lo anhelado, muchas veces viene el desencanto y ni siquiera hay puentes de esperanza, sólo el laberinto donde nos perdemos pero que a fuerza de recorrerlo ya nos es familiar y cotidiano.
Un paliativo a esta miserable cotidaneidad, es el amor, nada cambia, pero la hace más llevadera “…sigue muriendo irremediablemente, pero algo en mí es menos amargo”.
Tres horas en el tránsito en la Ciudad de México cualquiera desea la muerte, los carros aplastan la voluntad, el buen humor, los sueños, todo…la ciudad ya es inhabitable “…y los carros aplastan pajaritos sin piedad.”
Este es el país de lo cotidiano, a veces vuelve la oscuridad y vuelve una y otra vez la injusticia. “Sé que un puñal, una piedra y una soga no esconden respuestas”

De allá
Eva  se mira en la cuchara porque le da una imagen   deformada pero más rica en contornos y resplandores y recuerdo a Valle Inclán con sus estampas esperpénticas ¡Qué incertidumbre ante lo cotidiano! “Se terminó la leche, el camino a la tienda es tortuoso, niños invisibles me arrojan piedras. Surgen los fantasmas que todos guardamos celosamente pues nos hacen vulnerables.
 El confort  no ha mejorado nuestra vida espiritual. “Afuera todo descuartizado, adentro también, pero hay calefacción…” La cuchara como espejo, el jardín en la colcha.
No estamos tan lejos de la locura ¿Acaso es el poeta un loco? “A las locas mejor portadas les pusieron un jardín con cinco árboles torcidos y fotografías sepias.”
“Ustedes locas, (léase poetas) andan con las cicatrices de fuera,/ enseñan la costra,/ se pegan a las paredes.”   
De otros lugares
Una interpretación de la realidad en la que se siente el desamparo, el dolor de vivir y sin embargo hay esperanza,  Dante dice que el peor castigo para un hombre es perder la esperaza.
“Mira hay un erizo afuera./ Todo el tiempo afuera/ afilando su cuerpo.  Pero adentro algo más suave, -no huesos-, sí armonía, algo que de tan salvaje se queda quietísimo/ Llámalo, tráelo despacio.
Los paraísos falsos se hacen presentes “Tú, penumbra en el retrato, paloma del alcohol y la amapola.”
Esta parte donde la autora maneja un bestiario me remite a las creencias prehispánicas donde se dice que cada ser humano tiene un animal tutelar y que tendrá algunas de sus características.
Mujer elefanta.
Monumental, inmensa, su cuerpo principia en la orilla de una ciudad redonda-/ abarca la hierba y el huracán./ Sabía toca la impaciencia/ y la detiene. Su mano templa.

Mujer cebra
Antigua la mano que dibuja en la carne la raya.
Negra.
Atraviesas el ojo y la pestaña como el animal
Que cruza la montaña.
Llegas.
Tu piel dice: Verbo

Mujer jirafa
Mujer giganta me han llamado,
Se entreabre la tierra
Y sus anillos se acomodan en mi cuello,
Mi cuerpo cruza el desierto, el asfalto
Como flecha erguida.

                                     México, D.F., a 24 de febrero de 2013.



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