miércoles, 4 de abril de 2012

Al sur y al norte del signo




Por Daniel Carpinteyro

Alberto Roblest, . Entre los signos (el diminutivo). 1. 1. México, D.F: Verso destierrO, 2012. 64.

Una de las principales funciones del signo es verificarse en materia de evidencia. Su figura aparece suspendida entre dos tierras y de ahí el inacabamiento de su sentido.
Entre el sema y el soma, pues,  cruza el río del signo.  Por sus deltas vigorosos corren los caudales del significado hacia la desembocadura del entendimiento. El río del signo –o el sígno del río-  en la poética de Alberto Roblest guarda cierta identidad con el Río Bravo, ya que es igualmente conflictivo, letal y limítrofe. Marca los márgenes en que se resuelven unas definiciones geográficas, y, con menor éxito, unos cánones identitarios.  En sus bancos se depositan, entre los neumáticos podridos y los vidrios rotos,  los fragmentos de una identidad descreída de las garantías étnicas y nacionales. No hay que olvidar que estas garantías exigen tributos y obligaciones, así que en la medida que un poeta prescinda de ellas podrá librarse del infame oficio de artífice de himnos. Pero lo más parecido que en este libro se puede encontrar a un himno es el texto intitulado Lábaro Patrio, feroz diatriba que arranca con los siguientes versos:

“Oh país de las cabezas cercenadas
las cabezas olvidadas
y las cabezas llenas de olvido” (p.45)


Revisada esta hermenéutica de la acefalia nacional, queda claro que Roblest no compone himnos celebratorios en la tradición de González  Bocanegra, sino que acude a las fosas clandestinas para consignar la brutal realidad en que se orquestan los pasajes atonales de la sinfonía nacional contemporánea.  A partir de este compromiso con la desnudez, su verso emprende el movimiento hacia la verdad. Desde un punto móvil de observación y experimentación, la voz poética registra infinitos ascensos, desmonta mitos genealógicos, abandona cuartos de hotel, se posesiona de la repetitiva impersonalidad de los no-lugares,  analiza el lexicón de su ciudad en dos lenguajes. ¿Son las palabras todo lo que tenemos para referirnos a las cosas? ¿Qué pasaría si cada una de las cosas que integraran nuestro mundo se desdoblara en dos palabras? Pollito/ chicken. Plaza/ Mall,   Agente de la Migra/ Motherfucker,  secreto walkie/talkie,   a huevo/of course,  Democracia/ DEA, Congal/ Ti yei.   La tensión dialéctica de cada denominación se torna abrumadora. Nacen terceros significados y terceras naciones, nacen Tijuanas a modo de:


“animales de otra especie na’más
TIA JUANONA   TAJUAn AJÚA
ANA JUA TI / de corrido por favor
El Aztlán neto/   real TIJUANAAAAA” (pg 58)

Este laboratorio léxico es  ejercicio cotidiano para la intuición poética México-Americana. Se despliega una auscultación semántica de cada sílaba, un cálculo infinitesimal de las posibilidades combinatorias del sentido.  En cada giro verbal acecha el despeñadero. No se acomoda la voz poética en certezas lingüísticas sino que desconfía sistemáticamente del uso de cada palabra.  El lenguaje es para ella franja de conflicto, sí, pero como tal lo descubre plástico, sinérgico, transita sin timidez de uno al otro lado de la frontera, trasegando accidentes, desinencias y conjugaciones, inaugurando cognados, escandalizando a los puristas de la lengua y a los celosos paladines del cánon ibérico, pero afirmando al fin intersecciones en las que el español y el inglés –primos no tan lejanos como nos quieren hacer las genealogías lingüísticas tradicionales- se reconocen y se continúan.


Mientras se lee Entre los signos (el diminutivo) uno puede percatarse de que la voz poética no cesa de preguntarse dónde está. Esta indagación contextual se manifiesta en la mayoría de los poemas,  y no siempre encuentra una respuesta. Este es el caso de Anatomía extraña, donde las preguntas acuciantes son ¿Dónde estoy? y ¿Cómo llegué aquí?  La primera respuesta sorprende por su crudeza: la voz se encuentra nada menos que en el interior de un cuerpo atado de manos... y descabezado. El momento de la enunciación corresponde con el preciso instante en que se abandona el cuerpo, tal como se llegó a él, en un abrir y cerrar de ojos. He aquí la futilidad concomitante al ciclo de la vida.

Buen lector de los juegos de poder, A Roblest no le pasa desapercibido que los policías y delincuentes trabajan en el mismo bando, que el estado de guerra, para poder asimilarse como tal entre la población, requiere de una retórica y una representación mediática que se articula en la repetición de fórmulas y slogans. Pero el poeta intuye los ardides económicos por medio de los cuales el erario público, recolectado del sudor del pueblo, va a dar a mano de la industria armamentista.

Cito:

“Dicen que estamos en guerra
lo confirman los diarios
lo exagera la TV en plano detalle
y lo ensalzan los corridos
ente más sangriento
más celebrado
eso dicen”. (p. 42)


  Pero Roblest no solo da cuenta de la realidad en macro. También rastrea sus orígenes, homenajea a un padre boxeador que siguió practicado sombras agilísimas, en la soledad, mientras las multitudes celebraban al ganador que lo había arrojado del ring. Se afirma una dignidad, una entereza en este texto,  Ring de sombra, capaz de colapsar el hígado del lector más inconmovible.

Cito:

“Irreconocible bajó a la oscuridad
y quedó solo/ solísimo para ser sinceros
con  los guantes aún puestos
y el corazón brincando fuerte en el pecho
él que nunca estuvo seguro
de si había nacido para esa profesión
saboreó su sangre
y mientras todos se volcaban sobre el campeón
El con paso firme aún se retiró hacia los vestidores”(p. 10).

Hay algunos poemas en el libro, de naturaleza abstracta e introspectiva, que evidencian los cuestionamientos epistemológicos propios del oficio poético. El inicio-El final, por ejemplo, indaga sobre la cartografía del laberinto en cuyo recorrido se consume nuestra vida.  En este poema reside, a mi entender, una de las claves del libro, ya que se declara cuál es uno de los objetivos epistemológicos del poeta: juntar los signos de su recorrido por el laberinto y obtener, así,  una visibilidad de conjunto, de contundencia satelital, sobre la ruta de sus propios pasos, sus puntos de giro y las piedras angulares, sus milestones, que le permitirán trazar el mapa de su voz, su rostro y sus hechos.

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