lunes, 14 de junio de 2010

La joya de la juventud eterna o de cómo Peter se volvió pirata


Por Andres Cardo
sobre Bajos Fondos, de Sergio García Díaz

Para hablar de Sergio García Díaz, es obligatorio hablar de Ciudad Nezahualcóyotl, lugar donde las cosas se distinguen entre sí aullando. Pero también, ciudad que como dos enormes tabiques (o tortugas, o leones, aunque en este caso podríamos decir, dos enormes coyotes) carga su nombre: extraña poética hubiese sido para el poeta Nezahualcóyotl esta ciudad, con su canto a la breve estancia, a los hombre-flor, pero no hubiesen cambiado mucho estos versos: “Nadie en jade, nadie en oro se convertirá: en la tierra quedará guardado, todos iremos allá de igual modo. Nadie quedará, conjuntamente habrá que perecer. Nosotros iremos así a su casa”. Así hubiese cantado sobre esa tierra prometida el poeta, sólo para ella, para esta ciudad mujer, ciudad amada a fuerza de ser peinada por la suela de estos coyotes en su cabellera de calles. La buscaron un día, le pidieron hospedaje un día, con el hambre de los recién nacidos, o con la desesperación del que está cansado de tanto vagar, sin encontrar esquina. Llegaron y le dijeron que les hiciera a ellos también un chachito en su vientre árido. Que los apretujara en esa camada viva a fuerza de sed, y a la cual amamantaría con gotas de su sol, con el líquido ambarino de su orina. Por eso cuando estos coyotes beben de la oscuridad de una cerveza, aúllan. Son aulladores profesionales, rapsodas, piratas que construyeron su propio caballo para engañar e infiltrarse en los portones del Eco y darle cuerpo de cal a esta ciudad y llevarla a otros traspatios.

Bajos fondos, es la forma propia que Sergio utiliza para bajar al infierno. Descender como lo hacen sólo los que tienen el valor de volver a tocar, no el fuego, sino el agua, rica en minerales duros como la tierra; a beber, y luego ahogarse sólo para poder volver al clan que espera noticias de este viaje. Pero en nombre de quién hablará Eolo. Sergio se quita el atuendo de anónimo para portar su nuevo nombre (quema las ropas, ofrenda de ceniza) y opta por trazar en los ejes circulares del barrio un triángulo, dibujar en la vorágine de Legión, satánico en el fondo, un perro. Se convierte en ese maldito círculo en llamas, coyote que se avienta al mar todas las noches sólo para dejarnos en paz. Después de todo sabe que pronto tendrá que volver a estar en el lecho de su madre, la misma de todos. Eso lo escuchó en una canción de loto, del trébol que dijo: “meditadlo, señores, águilas y tigres, aunque fuerais de jade, aunque allá iréis, al lugar de los descarnados… tendremos que desaparecer, nadie habrá de quedar”. ¿Tendrá que negar Sergio esas palabras de Nezahualcóyotl como hizo Pedro con Jesús?, ¿y luego erigir en la palabra de piedra una nación de cuadrúpedos, de rectángulos con cola y llanto? (p.14)
Él entiende la tradición, sabe es pura persistencia, no inteligencia y sabiduría, como escribe sobre el Yoyito, congal que se mantiene en activo “hasta el fin de los tiempos”, o en este otro poema, Las Fridas: “es un reto, gana el que tiene más habilidad, y no siempre el que escribe poesía”. Etc. Sergio sabe de lo que habla, y sabe que aquí los piratas lo único que quieren es oro líquido, pirita de agua y tierra que conquistar sólo para volverla cal, unificación con la muerte. Este es un libro Rimbaudbante, donde el poeta ansía poder ver como lo hace el reptil, con un tercer ojo almático, a la Descartes, con el ojo que permite ver debajo del agua, como los peces. Es un extraño ser este que se nos presenta, una especie de alebrije conformado por diversos animales. Conforme he ido leyendo el libro la imagen total se fue conformando. La mezcla es más o menos así: un poco de coyotes, otro tanto de perro, un cerdo pelón, alas de pichón, ojos de pez, un colibrí hecho de pura lengua,
Esta es la historia de los desarraigados, y las notas para que una vez conquistada su tierra, se dediquen a cultivar posibles frutos. Así lo dictan los personajes, que saben del error de clases, de que los de abajo no tienen manos para cargar naranjas, o que les tocó vivir bajo el peso de un país extranjero y poderoso. Por tanto hay que buscar filosofía más afín a esta realidad, buscar menos naranjas, más lluvia, menos oro, más verdad, buscar en ese útero que también cobijó a Lao, sabiduría, conciencia de la condición extraña que nos hace humanos. Sergio García Díaz trae cargando en los hombros a la mujer, como si fuese un alma en pena. Cuánto ama, cuánto desea Sergio tener un pedacito de tierra donde clavar el asta de su bandera blanca. Aquí todo es estado de guerra, ¿contra qué?, contra el círculo vacío donde transitan los deformes payasos de la vida, y la metáfora del río de Heráclito, que aparece en el vaso roto, herido, agrietado, por donde fluye el agua (que ya no has de beber) en el rostro donde es una calle llena de agua (río como las arrugas), en el Siroco que fluye dentro del cuerpo. Teme esa vida fluyente, teme al infinito. Y aunque la Naturaleza es una mosca enorme de cientos de miles de ojos, infinitos círculos, deja a los insectos que cumplan su destino, su irremediable camino hacia la luz que terminará por tostarlos.

Engordan los fantasmas, la mosca crece, zumba, lo quiere despertar de ese sueño circular, él lo dice, la escucha decirle, “abre los ojos”, pero la confunde con la muerte y cae (sube quizá) otra vez en el espiral al trono del sueño. Purgatorio donde vuelve a beber del dorado embriagante, del Orange que le da su abuelo, dentro del sueño, desde la ventana. El cantinero es un párroco que se roba las monedas que Caronte pone en los ojos de los vivos que atraviesan el río de la vida. Recordemos que la Nada es un inventó de un hombre que comprendió de pronto Todo (su interior desbaratado). Pero no es el caso, los humanos sólo alcanzan a ver la punta de sus dedos, y si la vida son los infinitos ojos, todo depende del cristal de la lágrima con qué se mire.

Sergio ya no quema las vestiduras. Ahora, después de entrar en el sol, pareciera quiere volver al mar, sentir la mano de Ella en su cabeza, invistiéndolo no con el nombre de alguna dinastía, sino con la pura certeza de estar vivo y saber quién es cada vez que se vuelve agua. Después de todo Neza no puede ser la misma ciudad que haya construido nadie en ninguna otra época, no debe ser la misma ciudad que nació para volverse sólo piedra o fierro. Puede ser quizá la ciudad que por primera vez aprenda a morir a todos los días y al mismo tiempo amanezca nueva, y así hasta el final de los tiempos no necesite de ningún templo, ni alguna estatúa paro perdurar, esa es la historia que está en manos de los poetas; ¿habrá Sergio de negar las palabras de Nazahualcóyot para volver la palabra piedra o preferirá volverla ósculo vegetal, flor de pétalos, infinita forma que renace una y otra vez en sí misma, pero diferente?

Y aunque el monstruo use máscara para reconocerse, y no soporte la muerte, debe mantenerse vivo, despojarse de esa muerte ficticia que carga en capa o bastón, y decidirse de una vez por todas a caminar con la oscuridad natural del pensamiento. Sergio nos hace recordar entonces, que como una jauría, una parvada o banco de peces, somos muchos, tanto como incontables, somos tantos, pero al final de día, somos uno, dormido, atrapado en sus sueños, listos para volver al otro día a embonar en la música de cada uno de los sonidos de los otros: somos trizas, Sigmund Freud, me dijo el taxista ayer cuando volvía a casa, somos trizas, me dijo y después volvió al denso río, al mismo, que Heráclito hace tantos siglos describió.