sábado, 20 de marzo de 2010

Secretas razones por las que ladran los perros (sus castas y contenidos)


Angélica Santa Olaya, Ileana Garma (de espaldas) y Adriana Tafoya.

Jauría de Javier Gaytán
Por Adriana Tafoya

Antes que nada me da mucho gusto presentar este libro Jauría de Javier Gaytán, pues es un poemario que en lo personal, y bajo los criterios editoriales de Verso Destierro, merecía publicarse. Aunque en realidad no es necesario que una editorial tenga que justificarse, por decirlo de alguna manera, ante el lector por una publicación, en este caso, más que una disculpa, puedo decir que es un placer mostrar trabajos de calidad y sobre todo de contenido.
Javier Gaytán nace en 1971. Pero nosotros nos enteramos de su existencia hasta mediados de 2006 cuando lo encontramos publicado en una revista universitaria ya desaparecida. Me llamó particularmente la atención, pues al compararlo con otros textos de dicho “engrapado” —más otros tantos referentes en otras revistas de ese año— Gaytán denotaba mucho más poder, estilo, oscuridad y sobre todo provocación que otros colegas.

Se da a conocer con nosotros precisamente con el poema que abre este poemario como una gran cabeza, titulado, Canto a un dios homosexual (que soy yo mismo), poema parafrasético, que nos recuerda a Jorge Cuesta, con su Canto a un Dios mineral, poeta que rayó también en los marginales de la locura y la castración, aunque de algún modo Gaytán con su obscenidad parece mucho más fresco. Para nosotros pensar en Jauría, es pensar en un Gaytán con una canasta llena de bolillos y panqués rellenos de pasas, seguido por su Jauría de perros como un carnaval de bestias recorriendo la Merced.

Pero todos estos perros no son el mismo. Podrían ser y no, un Javier multiplicado en todos ellos. ¿Cómo saber si todos los perros que se unen a este carnaval son de la casta de Gaytán? Siempre hay animales colados a la fiesta, y también estos son los que nos invitan —se quiera o no— a enturbiar el pensamiento con ellos. Más adelante hablaré de los perros en los que se multiplica Gaytán, pero ahora será interesante hablar de esos perros desconocidos y a la vez recordados por todos (y localizables) que se entreveran por la calle plagada de edecanes rojas que la decoran.
No hablaré de todas las castas, pero sí de algunas que se encuentran entremezcladas en esta Jauría: perros que llegan a la poesía porque perdieron su propio camino; otros que se acercaron por el intenso olor a carne; otros deseando mear el poste citadino por milésima vez dejando en la hoja, no un contenido, sino el mismo turbio perfume del poder: preñar a toda hembra y como buen perro alfa a todo perro escuálido que se deje. Estos perros, por poner un ejemplo, son los que acechan en cada esquina, esperando el momento de saltar a la página y orinarla con su tinta negra y dar memoria (como si fuera necesario otro más de estos mensajes) de ese retardo ideológico y aún medieval de nuestra sociedad.

Los perros de Gaytán, los perros poemas de Javier Gaytán, aunque parecidos, a estos perros citados aquí, no son iguales. Aunque ante el lector pudieran coincidir en deseos y aspiraciones, como lo son todas las necesidades de la vida, como lo es comer, vestir, poseer un territorio, ejercer como (todos los perros) la poligamia y vencer la gran necesidad del coito, querer poder, y por supuesto el incontrolable deseo de trascendencia. En esto podrían coincidir, pero no. Pues el poeta Javier Gaytán selecciona los ladridos (los afina), escoge los canes por sus tonos, lo extrae de su poblado gris y les da estilo, tesitura, y por qué no decirlo, “pureza”, hasta lograr en su gruñido, la originalidad. Pues en el contexto literario actual, por hablar sólo de México, pocas voces destacan por tener un canto distinto, pues lo normal es que los estilos terminen unificándose en un enorme coro que provoca el discurso estético de una época, y aunque no se quiera, de una elite, o de una clase social.

Iliana Godoy, Andres Cardo y Angélica Santa Olaya


Estos perros de Gaytán logran la catarsis de cualquier ser desamparado (y que declarado o no, todos lo somos) llevando al clímax el sentimiento de impotencia, mediante la transgresión de los límites o tabúes (como lo queramos ver) de nuestro sistema familiar. Javier lo sublima en versos como estos:

Sufro un semental arribismo
que taladra en la cúpula de los cuerpos.

*

Veo a mi madre escupir clavos
ocultos en la indiferencia
de quienes se revolcaron en su cuerpo.

*

Mi hermana alumbra codiciosa los veranos
su soledad trasgrede las fronteras de la carne
huye asustada a lamer las heridas
en los límites de nuestros orgasmos

*

Mientras los orines de la perra
se confunden con las erupciones de mis labios


*

La vagina de la abuela
se desgrana en los dedos
de mi adolescencia


*

Me fascinan los senos del travesti
frígida cascada de tacones
que lamen mi ojival viril


*

Soy buitre vagina de tu espíritu negro

Después de llevarnos por este incestuoso y lascivo recorrido por los deseos elementales del humano (del ente que escarba en el corazón del niño); la copulación con la madre, con la hermana, con la abuela, con el compañero en tacones, incluso, de inventar y penetrar su propia vagina, Gaytán Gaytán, el poeta, no concede y muerde con sus perros ojivales un poco más: para qué conformarse con penetrar solamente a la Madre —que es el deseo más íntimo en la tierna infancia— y que como es sabido en ciertas tribus africanas por tradición era necesario que el joven cumpliera el rito de iniciación sexual, precisamente con su madre, pues era la encargada de terminar su educación iniciándolo en los placeres de la carne, y de este modo, entregarlo a la madurez sexual. Por qué conformarse con esto, incita Gaytán, si también puede ser tomado por el abuelo, y él a la vez fecundar al polvo mismo. Por qué no ser zoofílico y coger nuevamente con marranos como suculento oficio y aún mejor, penetrar a su padre (como lo vemos en la cinta 8 1/2 mujeres, del inglés Peter Greenaway, en 1999) en el gran clímax interior de la conquista, y así en el orgasmo indefinible eyacular a lo divino, fornicar en la última cena con su dios; con el sabor de su fragancia, cito, la lengua de mi dios andrógino / para calar mi piel / necesito de su odio / el color de su misterio.

Iliana Godoy, Javier Gaytán y Angélica Santa Olaya


Y aquí el misterio de este libro de Javier Gaytán, el gruñir en poemas orondos, creando una voz entre los perros distinta, pues esta transgresión, esta síntesis en el tema, al darle voz al inconsciente colectivo con un estilo propio, hace del poeta en sí, como humano ya, un ser original. Es necesario en la poesía de ahora, ya que el escritor no puede ser único en su escritura, sino es a la vez, particular como humano, lo cual también ocurre en el caso de Hugo Garduño, José Miguel Lecumberri, Alonso Lenin y Álvaro Baltazar Chanona-Yza, entre otros.

Porque nuestro lenguaje surge de un substrato en el que los sonidos, las imágenes fugaces, la sensaciones orgánicas y las corrientes emocionales no están aún diferenciadas. Algo se pierde en el recorrido desde el cerebro que intuye, siente y piensa, hasta los labios que pronuncian palabras y frases, en palabra de Theodor Reik, psicoanalista y erudito, y es necesario estar consciente de esto para dar más de nuestra esencia en la escritura.

Javier Gaytán y Adriana Tafoya leyendo


Hemos escuchado muchas veces, en este medio literario, la frase que se ha convertido en dicho y lugar común respecto a los perros, de Cervantes Saavedra: —Ladran, Sancho, señal que cabalgamos, refiriéndose como se sabe hasta el cansancio, que cuando algún proyecto crece, se mueve, o alguna obra literaria (como en este caso) provoca controversia, en fin, tiene cierta fama, provocará siempre algo qué decir; bueno o malo. Pero también es cierto, que no todo lo que crece, se mueve, o provoca el hablar, es necesariamente algo digno de festejarse. Todos sabemos, aunque no lo digamos, de la mediocridad; de los aires de grandeza y deseos fatuos de ser fotografiados, pues el mismo Sancho Panza —que no era precisamente un ser iluminado— se le une al Quijote como cualquier perro, en espera del hueso de gobernar su propia isla. Es más, el mismo Sancho, escuchó unos gruñidos y jadeos. A su alrededor cientos de perros con los ojos enrojecidos lo seguían lentamente. Total, todos quisiéramos identificarnos con el loco idealista y no con el ingenuo de mucha iniciativa. En este caso Gaytán no es el loco idealista, ni mucho menos el ingenuo, sino punta de lanza, ladrido que se escucha a lo lejos, y seguramente el gran poeta alfa que será guía, tengámoslo por seguro, para las plumas de nuevas generaciones.

Jauría

por Angélica Santa Olaya
Texto leído en Hostería La Bota el pasado miércoles 17 de marzo.

Me dijeron que tenía que ir a una pelea, así que vengo preparada con algunos guamazos poéticos en defensa de la Jauría de Javier Gaytán. Guamazos que no fue muy difícil encontrar porque Jauría ni siquiera necesita defensores puesto que la poesía de Gaytán se defiende sola.

Comenzaré por citar algunos versos capaces de noquear a cualquiera dispuesto a aguantar alguno que otro fregadazo de la vida con tal de vivir. Y para eso, claro, hay desatar el nudo a las emociones con todos los riesgos que eso conlleva:

- “Con mi quebrantada pupila cabalgo sobre el lomo del fuego…

- “Una espina transparente se clava en mis uñas como si fuera un reloj para los huesos”.

- “La lengua de la orfandad recorre el polvo de mi sueño”.

- “Traigo un rumor de calaveras en mis zapatos nuevos… el sinónimo del trueno en la garganta y la confusión de los sueños que despierta epitafios en las venas”.

- “Al caminar / una centella de urracas golpea sobre el alba la incestuosa fecundación del polvo.”

Ahora los argumentos para analíticos academicistas. Encuentro, sobre todo, Libertad, una apertura sin cortapisas por parte de la voz poética que se permite convertirse en lo que sea necesario con tal de decir lo que se tiene que decir: niño, niña, Dios, hombre, mujer o bestia. El mismo Dios que abre la puerta de la jaula es un ser libre que lo mismo hace milagros que odia y fornica.

Hay, también, una poética del cuerpo (piel-senos-labios-piernas-sexo-vagina-clítoris-falos-uñas-ojos); un campo semántico que permite concretizar la intención del poeta trayendo a la realidad la poesía que surge en el ámbito de la abstracción habiendo sido originada por la realidad concreta. Un círculo perfecto que posibilita la existencia de la poesía y su aprehensión. El ciclo de la experiencia que se convierte en aprendizaje y paradójica palabra gozosa y lastimera a un tiempo. El poeta realiza un viaje redondo con boleto de ida y vuelta.

La “Jauría” de Gaytán contiene imágenes de una fuerza insoslayable; a veces, incluso, surrealistas. Requisito éste indispensable de la poesía de acuerdo con los cánones más estrictos: “De la gruta subterránea de mis labios cuelgan despechadas arañas de una madre que enumera sus cartílagos” o “Un ejército de abejas taladra el polen de mi sexo”. Quien diga que no ha visto algo al escuchar estos versos es porque está sordo. Asimismo, hay una fuerza en el manejo del lenguaje: “No, no he vivido… sólo soy la huella de un disturbio” o “Áspid… en tus caricias temblorosos homicidios”. Estas dos fuerzas, unidas a una escatológica ternura que se desplaza entre los extremos más extremos provocando, al mismo tiempo que repulsión y quizá gracias a ella, una ternura que devela la sensible fragilidad del poeta. Un oxímoron emocional y sensorial en el que el lector se ve también envuelto. Este viaje de uno a otro y a través de los extremos no es fácil de lograr: “La perra ahorcada nubla la plenitud de arena / cada vez que la realidad corta de tajo su equilibrio de muñeca”.


Gaytán no pretende ser un poeta maldito; es un hombre que se reconoce perro y al mismo tiempo un Dios que se reconoce Serpiente y eso lo deja muy claro desde la primera página. Es, simplemente, un poeta que se sentó a la Belleza en las piernas y la encontró, también, amarga y está construyendo un estilo propio para expresar, en total Libertad, sus hallazgos con la Vida y la Muerte. El uso de esa Libertad le permite utilizar elementos que, a pesar de su “fealdad” enfatizan la Belleza de la expresión y la profundidad del sentido. La Belleza de “Jauría” está, precisamente, en su libre caída hacia el fondo del barranco para salir, embarrado de lodo, pero respirando y contando lo que ahí se encontró.


Finalmente, Gaytán, al presentarnos algunos sonetos en su “Jauría”, muestra que la rima no es una enfermedad poética sino un respeto por los orígenes necesario para poder avanzar el cual se valida, sobre todo, al ser contemporizado y recreado. El uso del soneto por parte del poeta habla de un respeto a su origen y a los lectores al señalar que transgrede la regla porque la conoce; no por un capricho retórico. Y es, también, la memoria que permite al poeta mantener la música en el verso libre que, finalmente no es tan Libre como se cree porque debe preservar el ritmo; uno de los elementos esenciales de la poesía, de acuerdo con Tagore, junto a la imagen y al manejo extra-ordinario del lenguaje que ya mencioné. De modo que el verso libre tiene, quizás, más cadenas que la rima porque se trata de una Libertad Encadenada en palabras de Saúl Ibargoyen. De hecho, los sonetos de Gaytán no están estrictamente apegados a la forma clásica por lo cual llevan el sello propio del autor rebelde, pero respetuoso de la memoria imprescindible a todo el que desea caminar por los intríngulis de la poesía sin soslayar las huellas de otros, pero con sus propios zapatos nuevos, aunque el viaje inicie con un “rumor de calaveras”. La poesía es libertad y riesgo. “Jauría” es una muestra de ello.

martes, 16 de marzo de 2010

Memoria de los Cuerpos O la obsesión de moler el tiempo

Imagen original de la portada del libro. Óleo de Jehtro Zúñiga.


Crujan en lo inmutable,
Cuerpos,
lo ferroso que avanza
sobre lo delicado de las cosas rotas
y las cuida para que sigan siendo siempre pequeños
desmenuces,
objetos fragmentarios, pero bellos,
con la belleza que da la permanencia,
estables,
calmos como las grúas en el instante en que fallecen
y caen sobre una suavidad de pernos y tornillo
quietos,
ligeramente estrangulados por el tiempo
pero hermosos, aún,
(p. 69)


Si un poeta se identifica por su voz, por la unicidad que lo distingue, de su carácter o estilo que impregna en las letras, y lo hace parecer sólo sí mismo, entonces Max Rojas es un poeta inconfundible, poseedor de ese trombón que lleva por voz y cada vez que habla retumba grave el ambiente y vuelve de pronto al paisaje un bosque de árboles secos.

Cuerpos I. Memoria de los cuerpos, editado por VersodestierrO con apoyo de la AEM, es un portón que se abre lentamente, igual que se abre la ventana de un subsuelo, las puertas del infierno cuando éste quiere dejar salir a las ánimas que habitaron la tierra para volver en busca de nuevas vidas. Es el comienzo de un poema, que incluso Rojas no imaginaba lo que sería ahora: un poema largo (de gran envergadura) como lo es la ceniza de un cigarro sobre el cenicero cuando la plática está deliciosa y se olvida el humo que envicia el ambiente.

Así nos conduce Max en su máquina de vapor, que semeja un ferrocarril pesado, de metal que se antoja inamovible, y que para moverse requiere horas de impulso, brasas y muchos hombres de carbón para inyectarle su poder de palabras chirriantes. Pero en sí será una máquina que después no podrá detenerse y conducirá a los viajantes a su destino, muy lejos de donde imaginaban llegar. A fin de cuentas es un tren que lleva a los que huyen a un sitio donde nadie podrá encontrarlos. Un lugar caótico, o por lo menos lleno de un orden incomprensible, donde los vagones atraviesan dimensiones y no obedecen el tiempo lineal: respecto a esto Rojas escribe en la “advertencia preliminar” a Cuerpos:

Al interior de cada libro no hay tampoco, en muchas ocasiones ilación entre versos. Salta —el poema— de una obsesión a otra y parece que se va pero regresa, enfantasmado, para adentrarse a un espejo y huir hacia regiones frías y convertirse en un trombón que asiste a los velorios para hacerlos un poco más alegres. Es un caso, el de este poema, de una lógica-ilógica o, para que suene un poco más presuntuoso, una especie de “lógica” poética que no acierto a explicarme, pero que me ha metido en los más oscuros vericuetos del caos y la demencia, así sea en el orden de lo imaginario.

De tal modo que este poema descuartizado y al mismo tiempo cosido ahora ya en 24 libros, hace pensar en las Reflexiones sobre la poesía de Enrique González Rojo Arthur, a manera de esclarecimiento, en las cuales habla también de una lógica poética que reside en los poetas, y dice así:

Muchos poetas —y de los mayores a veces— no quieren saber nada de la Estética o la Poética. Su quehacer se les antoja único e inefable. En la puerta que conduce a los litorales de su “inspiración”, colocan el letrero de “se prohíbe la entrada”, y cualquier reflexión sobre la interioridad o entresijos de su práctica poética, les parece una arbitraria intrusión racionalista. En cierto sentido les asiste la razón. Tomando en cuenta, en efecto, que mientras el poeta camina con pies alados, y toda Poética lo hace con pies de plomo, ¿tiene sentido pretender sujetar el vuelo del primero al torpe caminar de la segunda? El poeta descubre momentáneamente, a golpe de imaginación, a vivencia desenterrada, lo que al crítico o al esteta le lleva años en presumir, aislar, tematizar. Si es que existe la lógica poética, al poeta no le es necesario —o no le ha sido— saber de ella, ya que su genio, su musa o su numen le permiten no sólo cantar sino hacerlo en ocasiones de modo maravilloso e inolvidable. Pero detengámonos un momento en este punto. Así como los hombres antes de formular los principios básicos de la lógica y desarrollar sus mecanismos esenciales ya pensaban lógicamente o, lo que viene a ser igual, así como hay multitud de individuos que jamás han leído a Aristóteles, Bacon o la lógica de Port Royal, etc., y sin embargo discurren lógicamente, los poetas, aunque nunca hayan pensado en la existencia de una lógica poética o, incluso, rechacen terminantemente su mera posibilidad, han creado su poesía dentro de una lógica especial por ellos ignorada. (p. 31)

Tomando en cuenta la reflexión anterior, la lógica de Max Rojas en este poema es que no puede haber conclusión posible. Que no quiere llegar al irremediable fin. Se decide a romper un silencio que duró cerca de 30 años y una vez adentrado en ese vacío, el eco se revienta interminablemente, voz tras voz, como ondas en el agua al saltar una piedra hacia el otro lado sin divisar nunca la orilla.

Es un camino terrorífico en reversa, hasta el primer día del hombre, cuando la primera madre parió al primer humano y se pudieron definir ambos (madre e hijo) como tales y no como simios o alguna otra clase de animal extraño incapaz de hacer grafías en las piedras o en los árboles o aullar alguna canción con partitura de glifos acuíferos.

Max Rojas hace este viaje desesperado hacia la carne, hacia la tierra de la fascinación carnal. Poeta materialista que no quiere resignarse a esa muerte que traemos atada a nuestro traje de humanos. Es esta complicación de aferrarse a la carne la que hace los hombres no sepan morir, y se arremolinen en busca de salidas en el espejo furioso de la memoria, en donde aparecen los más temibles fantasmas en busca de regresar al presente para demonizar todo y hacer que lo que ahora parece derruido se vuelva radiante, aunque sea sólo en un destello vehemente de tinta, en un inalterable pulso de cirujano dispuesto a disectar ese cuerpo obtuso e imposible de entender que es lo irrecuperable: esa musa de invisible carne que es el tiempo. Invento dramático en donde los Cuerpos transcurren como una serie de puntos infinitos en donde el mundo que se construye es sólo la maqueta del fin de algo irremediable como lo es el fin del camino de los que dejaron atrás hace mucho su vida, y quedaron atrapados en el Círculo.
Max, como todos nosotros, huye de la Muerte:

Huir de todo
en fuga de uno mismo hacia sí mismo,
errancia indetenible,
exilio en condición de sombra hacia los cuerpos
que ama,
cuerpos tan borrosos que ya no caben en ninguna parte,
no pueden circular como objetos materiales
no suben escaleras
o bajan por los puentes
que permiten el paso de los ríos,
sólo nombres (p. 58)


Así, de una manera Heggeliana el poeta cada vez que se da alcance ha partido ya hacia otra Errancia. Sólo detrás de los nombres, de los ríos que son la vida o vidas que se dirigen al Mar, al sitio donde el sonido de las olas cubre todo vestigio humano. Escribe Rojas esa partitura para trombón y silla junto al mar como una forma de enfrentar el rugido incontenible de lo que no podremos controlar. Y medita:

Sólo hay mitos
o desoladas intemperies cubren con un manto de piedad
los signos que anticipan los próximos destierros,
o se escuchan sonadas abstracciones en que lo real
se pierde en sus afanes turbios,
su calvicie brutalmente
ornamentada con alambres verdes,
tendederos de agónico canario amarillento por la bilis
que le sale de su canto amargo,
su dulce canto estrafalario
que huye hacia lo loco y se estrangula con sus manos
enjauladas (p. 78)

Las manos de Max Rojas son jaula donde viven grandes pájaros, que seguro abrirá para que viajen al sitio donde no existe el tiempo, al menos ese tiempo de segundos y horas que tanto pregonan los hombres, pájaros que llegan y permanecen dormitantes en un poema interminable; hermosa parvada de letras que astillará más de dos mil ojos.


Memoria de los Cuerpos. Cuerpos I (Editorial VersodestierrO) mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2009.