viernes, 31 de julio de 2009

Agonía y cosmogonía en Chanona Yza

Lourdes Cabrera Ruiz



Como su nombre lo anuncia, La alforja de los desprendimientos es un poemario testimonial y confesional. El viandante lleva consigo su saco de violencia que es la vida, la suma de recuerdos, la magia verbal que los transforma y recrudece. Conforme se vuelca y se vacía a nuestros ojos, crece un cuestionamiento humanista, el que sólo pueden plantear aquellos en retiro y desgastados, al enfrentarse al dolor de cada día.
La novedad en Álvaro Chanona es que el hablante lírico de sus cuatro poemas se ha configurado como un testigo de la milicia que gesta con su armamento lingüístico la cosmogonía del Caribe; fuera de ahí, se desprende humildemente de las formas, mas no de la cárcel circular de sus huesos.
Con esta cosmogonía quiero quedarme sobre todo; valorarla, invitarles a reconocer en ella un ejercicio de códigos que hablan de la comunión de lo humano en la lucha; una cartografía original donde el hipérbaton se convierte en la fórmula precisa y las oraciones subordinadas fluyen tanto que la mar de ellas cubre lo dicho en primer plano. Las formas de vida en el paisaje se mantienen al acecho del combate con la muerte.
El oyente lírico es un Caribe que se describe violado por su propia violencia, la de su naturaleza, cadena alimenticia inexorable en donde algas, lombrices y peces aguardan su respectivo momento, lo mismo que el saraguato café acecha al vástago del jabalí.
En otro nivel semántico, el Caribe tiene vulva, caderas, vientre, pulmones, sangre, ingles, glúteos, y sus maritales secretos están en boca de rudos caimanes. Se sabe que en numerosas cosmogonías el mundo se concibe como cuerpo: la unidad del macrocosmos con el microcosmos es explícita; aunque esta analogía también conlleva implícita la idea del sacrificio. Por ello, quizá el Caribe de Chanona es mujer asediada por aquellos pájaros nocturnos que encallan en sus embarcaciones cóncavas; tal vez la droga sea uno de los signos presagiados en los códices mayas, según la versión del autor.
En el poema se propone una historia cosmogónica original porque la llegada de la civilización europea es descrita bajo el mismo corte violento que el de la propia naturaleza; este Caribe no hace distingos, reivindica el mal como un valor relacionado con la creación misma. Los nuevos dioses vienen de fuera, obligan al éxodo, y en las calles tan sólo persisten los vendedores de artesanías y el eco de algunas señales metafísicas de la clase sacerdotal que reconocen los consumidores de droga.
De manera que lo novedoso de este relato cosmogónico es que no procede a generar orden del caos, sino que presenta una especie de equilibrio, una homeostasis en combate perpetuo; y puede decirse que hay una tendencia a la entropía o al desorden, cuando determinadas acciones se plantean como amenaza. El mito en Álvaro Chanona parte de una posición realista, habla de amenazas como la industrial, y aunque no diga que la pesca a gran escala arrasa con los arrecifes o que la construcción de hoteles hace vibrar peligrosamente las cavernas submarinas, insinúa como testigo, en cambio, el proceso nada paradisiaco del combate en un lenguaje figurativo.
El segundo poema, cuyo nombre sirve de título al libro, y los otros dos que le siguen, ubican al hablante en un tono más confesional y, a juzgar por los paratextos –dedicatorias, por ejemplo– también adquieren un matiz autobiográfico. Encontramos un recuento peculiar de achaques y desgracias en una voz que anhela escupir palabras difíciles y mantener a su vez la unidad de su prodigio. El tiempo histórico del hablante no coincide con el actual del autor, quien ahora tiene 47 años, pero en este poema su personaje tenía 44, por lo que se deduce que Chanona escribió el poema en 2006, o antes, si atendemos al factor autobiográfico.
De cualquier modo, las exactas correspondencias entre lo que dice el hablante lírico y lo que haya vivido o podido pensar de sí mismo el autor, nunca existen. Ustedes, traten de expresar ahora que alguna vez necesitaron ser perdonados. Traten de expresarlo mañana, y probablemente la expresión será otra cosa. El autor habrá sentido algo, algo que no sabemos exactamente qué fue, pero su personaje lo dijo de este único modo: “en esta hora en que vuelvo sobre mis propios pasos/ acaricio el hígado de Dios, que endurecido,/ golpea la puerta de mi casa…” (: 25).
El personaje se torna confesional y saca de su alforja los recuerdos; sin embargo, habla de su lengua despuntada, como si no pudiera decirlo todo o como si mintiera. Supongo que es tan sólo para tomar impulso. Pues si alguien ha dejado de sentir dificultad para expresar su propio nacimiento –tardío y con asfixia–, su neurosis –nadando en el jugo del páncreas–, su herida en el mismo lugar de otra herida… es este personaje desprendido de sí, de Dios, que bebe caldo de algas muertas, como niño bueno bajado de su cruz.
Pero no hay que olvidar que el personaje se describe como cabeza de ejércitos y como descendiente de hebreos. Este linaje militar y religioso de qué le sirve si sentado en su herrumbre no cesa de mascullar desde las sucias comisuras de su boca. Desde ahí se queja del abandono de la juventud y de los hijos. Pero hay algo qué leer después del vaciamiento de su alforja, hay algo que detiene su marcha de verbos en ceniza: “Si pudiéramos romper un poco/la rutina/ entonces, sólo entonces/ dejaríamos de ser ese pretexto inútil/ sobre el cual no dejan de orinarse/ los poetas ebrios/ y vacíos…” (: 48).
En “Los sueños hirsutos de un navegante”, tercer poema, el personaje teniente y cirujano deja fluir el reconocimiento de lo que no ha podido ser, la rabia contenida en sus brazos, la incapacidad para escribir un buen poema. Nos dice que busca un poco de luz en la poesía inacabada de los tuertos. Como lectores, en qué nos gratifica. Pienso en este personaje y en la gran pena de sus abuelos, al encontrarlo débil y enfermo en su escritura. Triste destino para quien proviene de un pueblo de escribas y exégetas. Ha llegado tarde para los dioses, Hölderlin no le funciona. Y para sí mismo, este navegante de reumas, sombras y culpas, qué espera. A estas alturas del libro, asistimos a descuidos formales que no percibiría como un privilegio el tuerto.
¿Qué espera, entonces, mi teniente, cirujano y poeta? Eso lo sabremos al leer el último poema “Entre el erial y el río”. Entre el querer y el poder se desagarran sus últimas palabras. Les dejo a solas con ellas. Estoy agradecida por la cosmogonía caribeña, por esta confesión y sus promesas.

Texto de presentación de La alforja de los desprendimientos (ICY/Conaculta/Versodestierro, México, D.F., 2009), de Álvaro Chanona Yza, leído en la Biblioteca Central Manuel Cepeda Peraza el 24 de julio de 2009.

martes, 14 de julio de 2009

Un mimo dirigiendo una guerra en occidente

Por Yussel Dardón


Yussel Dardón durante su ponencia en la Casa del Escritor, en Puebla, con el megáfono. En primer plano, Pedro Emiliano. A la derecha Ian Soriano y Federico Vite.


Existe una visión crepuscular en torno a la mayoría de los escritores de las últimas décadas. El desencantamiento de la modernidad, la instauración en una fase posmoderna, neobarroca o hipermoderna, como algunos precisan en distinguir, ha provocado que en las expresiones artísticas exista una apuesta, en ocasiones certera, para representar al “yo” dentro de una maraña social, económica y cultural. Así, cada conjunto de interacciones del sujeto, incluso la que se ejercen a partir de un fenómeno introspectivo, comprueban el fastidio y cansancio por la contemporaneidad. ¿Será entonces este desencantamiento el numen de la creación artística, o quizá sea que la construcción del discurso artístico no es más que un rayón a la carrocería de la vida?

En Explotó todo el aroma de la sangre, Ian Soriano manifiesta su inconformidad para asumir una posición en torno al universo que habita, pues el único lugar de conocimiento es el rito y el retorno a lo que una vez fue mejor, a un pensamiento construido a partir de reflexiones que lo instauran como un elemento del universo, como lo hace patente en Mi barrio es el cosmos, segunda parte del libro y segundo canto de una poética enraizada en la no-estancia perfecta y que busca, a través del sufrimiento que es el pensar, la muerte como benefactora creacionista.

Ian Soriano ubica su poética dentro de un naturalismo poético, donde, como lo manifestaba el Marques de Sade, el hombre es sólo un espectador virulento de la magnificencia de la naturaleza, y quien en un punto debe reintegrarse a ella para obtener su salvación, pues sólo así, la experiencia saldrá avante sobre el conocimiento: “Lo humano es lo irreparable, nuestro grave error fue salir de la naturaleza, porque todo progreso será aniquilar, todo esfuerzo y construcción a favor de la humanidad serán destructivos en vano; no hay regreso ya, tendríamos que volver a nuestros repudiados orígenes.” La escritura de Ian Soriano tiende a la soledad como fuente de dolor y nostalgia, por consecuencia como fuente creativa. Soriano construye al poeta a partir de la imagen del Triste, asemejando su devenir con la construcción que Pessoa hace del escritor. “El triste pierde el coraje para ser alguien, porque es un gigante al que cualquier hormiga aplasta.”


Danza contemporánea a cargo de Leticia Velázquez.

Explotó todo el aroma de la sangre está dividido en dos apartados; la primera, No ser una brillante roca, explora el ejercicio del canto a partir de la reflexión. Aquí, el poeta asume una posición reflexiva sobre el valor experiencial de la vida. Estrofas construidas a partir de un sinfín de imágenes y metáforas que solidifican su discurso poético, Soriano edifica versos acelerados y trepidantes que asemejan el ritmo a un Lautremont o Rimbaud mediante un pensamiento fragmentado, respetando la apuesta constructiva del rumano Cioran, quien menciona de manera crítica y contemplativa “Busco lo que existe. Mí búsqueda no tiene objeto. Vayamos al Juicio Final con una flor en el ojal.” La reflexión del rumano parece confirmarse con lo que el poeta José Vicente Anaya encuentra cuando menciona que al no poder hacer florecer la flor en el poema, en referencia a Huidobro- ésta se lleva como adorno. Ian Soriano pues, toma la flor y le habla con voz nostálgica, pues sabe que obligar a que la flor florezca sería apresurar el proceso que la marchita. No ser una brillante roca es un largo canto en el que el hilo del discurso poético es la añoranza y el acto de asumir la condición indefendible del hombre con la naturaleza, muestran la voz de un poeta romántico, que avasalla el lenguaje en imágenes tratando de mostrar su verdad. “Después de todo, se trata de nombrar a las cosas para que signifiquen algo, de crear paraísos semejantes a los que muestra la vida.”


Federico Vite durante la lectura en Puebla.

En la segunda parte del libro, Mi barrio es el cosmos, el poeta escapa del spleen poético para retomar la construcción de versos y estrofas; aquí, Soriano reflexiona una vez más acerca de su pertenencia, asumiendo un espacio de significantes mágicos, donde el Universo lo avasalla, pues no hay mejor lugar para sentirse extraviado que en la nada inextinguible. “Tu monasterio es una cárcel donde todos los santos son Absurdos.” En esta segundo apartado, se construye la visión de un universo donde el equilibrio es una ilusión y una consigna que lo persigue a donde quiera que vaya, como lo dice en el verso “Mis ojos son testigos de que cada lágrima del infinito se deforma.” En este acto meramente contemplativo, Soriano recurre a la dualidad occidental Dios-Diablo como ejemplo del discurso místico-poético: “La música la trajo dios, el diablo nos trajo el silencio.”

Los enjuiciamientos que realiza Soriano en su libro van dirigidos a la construcción del hombre contemporáneo, inmiscuido en el sobre-razonar y como sabemos, todo razonamiento incluye a un raciocinio de las reservas ideáticas.
Toda publicación es digna de celebrarse, no porque este proceso sea el fin último de la creación, sino porque toda aparición trae consigo el compromiso del escritor por mantener su vigencia y rigor, explorando nuevas vertientes que vayan, de poco en poco, solidificando su labor no sólo como poeta sino como escritor, una puesta que el poeta Ian Soriano no debe eludir.